El hispanismo alemán, la España contemporánea y Latinoamérica. Entrevista con el profesor Walther L. Bernecker –

Gonzalo Pasamar y Roberto Ceamanos, en Historiografías, 13 (enero-junio, 2017): pp. 95-108.

1.- ¿Cómo llega al Hispanismo? ¿Qué había sido hasta entonces el Hispanismo alemán?

La respuesta a esta pregunta tiene varias vertientes. En primer lugar hay que especificar que en alemán por “Hispanismo” se entiende el estudio de la lengua y la literatura en castellano, mientras que en España se entiende por “Hispanismo” la investigación, el análisis y la docencia de la historia y la cultura españolas. En mi caso, se dan las dos acepciones del término “Hispanismo”, pues soy hispanista tanto en el sentido español como en el alemán. Como pasé mis años de infancia y juventud en el País Vasco, donde viví hasta haber concluido el bachillerato, esta experiencia vital así como los conocimientos adquiridos en el plano de la lengua, la historia y la cultura españolas fueron el trasfondo de mi posterior decisión de estudiar Filología Iberorrománica e Historia con la intención inicial de ser profesor de enseñanza media. Cuando concluí mis estudios de estas materias, a principios de los años setenta del siglo XX, ni la lengua española como lengua extranjera en los institutos de enseñanza media ni el Hispanismo científico en su vertiente universitaria jugaron un papel importante en Alemania. Apenas se enseñaba el español como lengua, y en las universidades era prácticamente imposible estudiar la historia de España, la política y cultura del país, pues casi no había profesores universitarios que impartieran clases sobre estas materias. Como en el momento de acabar mis estudios, me ofrecieron un puesto como profesor asociado en una Cátedra de Historia Contemporánea, abandoné mi plan de ser profesor de enseñanza media y tuve que buscar un tema apropiado para mi tesis doctoral.

Para mí, desde un principio estaba claro que sería un tema de la historia de España –y eso que ninguno de los dos directores de mi tesis era hispanista (uno era especialista en la historia de Alemania, y el otro en la historia de la Unión Soviética)–. Pero ambos aceptaron mi propuesta: escribir una tesis sobre las colectivizaciones (anarquistas, socialistas…) en la Guerra Civil española, un tema al que había llegado por la vía política. Formo parte de la “generación de 1968”, y en las muchas manifestaciones estudiantiles que hicimos en aquellos años, una y otra vez se hablaba de las colectivizaciones en territorio español como alternativa al sistema capitalista, tan criticado por el movimiento estudiantil. Se hablaba de estas colectivizaciones, pero casi nadie sabía algo sobre ellas (el boom historiográfico sobre este tema no llegaría hasta bien entrada la Transición.) La unión de mi conocimiento del español y de España con mi interés político, estaba pues en la base de mis inicios hispanísticos.

15018333673240852.- ¿Qué evolución ha experimentado el Hispanismo alemán en las últimas décadas?

También la respuesta a esta pregunta tiene que ser doble. Empezando con el hispanismo como estudio y enseñanza de la lengua y literatura españolas, se puede constatar que a partir de mediados de los años setenta, aproximadamente, hubo cambios sustanciales en la enseñanza de idiomas en Alemania. El canon tradicional de lenguas extranjeras era inglés y francés (esta última lengua, privilegiada por los Tratados del Elíseo entre Alemania y Francia del año 1962), y en los institutos “humanísticos” latín y griego. Pero desde los años setenta hubo múltiples reformas y una apertura en cuanto a lenguas extranjeras. El canon se relajó, el francés empezó a perder su anterior peso en los institutos, se introdujeron lenguas optativas (entre ellas el español), y la frecuencia del latín descendió considerablemente. En cuanto al español, el auge de esta lengua empezó todavía en los años setenta, para implementarse cada vez más en los años ochenta y noventa, pasando en muchos estados federados, los Länder alemanes, de ser la tercera lengua extranjera a ser la segunda (después del inglés) y en varios casos incluso la primera (como la enseñanza recae en la responsabilidad exclusiva de los Länder, hay grandes variaciones de un Land a otro). En términos generales, el último cuarto de siglo ha sido una época de un enorme incremento del español en prácticamente todos los niveles de la enseñanza. La demanda creció tan rápidamente, que durante años no hubo la oferta necesaria e incluso hubo que improvisar en la enseñanza del español. Desde entonces, demanda y oferta se han equilibrado.

En cuanto al Hispanismo como investigación sobre la historia y cultura de España, también esta variante del Hispanismo se ha modificado sustancialmente, si bien no de la misma manera que el Hispanismo “filológico”. En las universidades alemanas, hasta el día de hoy no existe ninguna cátedra de historia (o de ciencias sociales, de politología, de etnología, etc.) de España, si bien esta suerte la comparte España con muchos otros países. Pero sí hay toda una serie de cátedras de historia de América Latina, en las que los titulares de estas cátedras también trabajan sobre España e imparten docencia sobre este país ibérico. Quizá el profesor que más intensamente haya practicado esto en el último cuarto de siglo haya sido yo mismo, en las cátedras que he ocupado en Augsburgo, Berna (Suiza) y Erlangen-Nürnberg.

Asimismo, algunos profesores de historia “general” (antigua, medieval, moderna y contemporánea) trabajan e imparten docencia sobre España, muchos otros profesores dirigen también tesis sobre temas españoles (aunque no sean especialistas de España), y el interés científico se ha incrementado sensiblemente en las últimas décadas. Paralelamente, también ha aumentado el interés social, de un público no-universitario, sobre el país ibérico; se han publicado gran cantidad de libros de historia de España (con notable éxito de ventas) y se dan charlas sobre temas hispánicos que interesan al público en general. Como la Filología Iberorrománica atrae a gran cantidad de estudiantes que más tarde quieren ser profesores de español en un instituto de enseñanza media, a estos estudiantes hay que hacerles una oferta de clases sobre historia y cultura del país cuya lengua y literatura están estudiando, y esto conlleva que la oferta de clases de historia de España haya aumentado en las universidades alemanas.

Reflejo del crecimiento y de la expansión de estudios sobre España es la creación de varias series de monografías, dedicadas a los estudios hispánicos. Si se tiene en cuenta que no existe una institucionalización académica de la hispanística histórica en Alemania, la producción cuantitativa sobre hispanística histórica es considerable. Los temas tratados son variados, estando muchos de ellos íntimamente relacionados con los trends metodológicos de su época. Cuando primaba la historia social, se publicaron estudios sobre diversos aspectos socioeconómicos de los siglos XIX y XX. Como secuela del movimiento anti-autoritario, aparecieron estudios sobre el anarquismo español; y cuando en los años ochenta empezaron a estrecharse los lazos académicos de los historiadores con otras disciplinas universitarias, aparecieron estudios conjuntos trans e interdisciplinarios de historiadores, sociólogos y antropólogos sociales. Ultimamente, cuando se puede apreciar cierto decaimiento de la historia social y un auge de los estudios culturales y culturalistas, también en Alemania aparecen estudios de este tipo, relacionados con España. En términos generales, pues, la investigación sobre España sigue las pautas marcadas por los cambios de paradigma historiográficos.

3.- ¿Qué puede decirnos de la situación actual del Hispanismo alemán y de su futuro?

Como acabo de exponer en el punto anterior, el Hispanismo histórico alemán ha vivido considerables cambios en las últimas décadas. Si bien sigue sin estar institucionalizado formalmente, hoy en día se trabaja e investiga sobre España en muchas universidades alemanas y en diferentes disciplinas. También los estudios hispánicos están expuestos a la volatilidad política. El auge de estos estudios estuvo relacionado, sin duda alguna, con el cambio de imagen de España en Alemania. Durante el Romanticismo alemán, el país allende los Pirineos suscitó un prolongado interés entre los historiadores alemanes. En la primera mitad del siglo XX predominaba una postura neo-romántica y afirmativa de un pronunciado conservadurismo antimodernista y francófobo. A diferencia de Francia e Inglaterra, España gozó en Alemania durante la mayor parte del siglo XX de una imagen positiva, lo que en muchos casos llevó a la idealización de su cultura y a la proyección de imágenes enfrentadas a la civilización y al progreso. Después de la Segunda Guerra Mundial y antes de la expansión de los movimientos anti-autoritarios (especialmente en la fase conservadora de los años cincuenta), la idea que se tenía en Alemania de España –una idea íntimamente relacionada con la situación política de aquellos años– perpetuó, en cierta manera, la imagen tradicional de poetas y filósofos alemanes (imagen creada por los románticos hispanófilos desde Johann Gottfried Herder, pasando por August Wilhelm Schlegel hasta Rainer Maria Rilke). Una idea en muchos sentidos superidealizada y tópica, a veces rayana en la caricatura y en los estereotipos superlativos.

La situación cambiaría con el auge de los movimientos estudiantiles anti-autoritarios. En la segunda mitad de los años sesenta y en los setenta el enfoque dado a los estudios contemporaneistas sobre España fue mucho más crítico. Los temas se enfocaban más hacia la oposición y hacia aspectos alternativos a los tradicionales. Con el fin de la dictadura franquista y con la Transición se puede hablar de un verdadero boom de estudios históricos, politológicos o sociológicos sobra la España de aquellos años. Este gran interés no ha decaído todavía, pero existe el riesgo de que, debido a la “normalización” de España, pueda decaer algo, también porque el aliciente de escribir una tesis doctoral sobre España no es demasiado elevado, ya que el tema “España” no abre de par en par las puertas a una carrera universitaria en la disciplina histórica, que sigue prefiriendo y premiando la investigación de un tema de la historia del propio país alemán. Por eso es arriesgado pronosticar el futuro del hispanismo histórico en el país, independientemente de que el interés por España sigue siendo muy elevado en la Alemania del siglo XXI.

4.- ¿Cómo ve a los historiadores y a la historiografía española? ¿Qué opina del actual debate sobre la memoria histórica en España?

La mayoría de los historiadores españoles se ocupa de su propio país. Esto es normal y comprensible, y ocurre también en otros países. Pero al querer resaltar las peculiaridades de una historia nacional, es necesaria la visión comparativa. Solo sabiendo en qué aspectos el desarrollo histórico de un país es parecido a otro y en cuáles es diferente se puede reconocer la peculiaridad de un desarrollo específico. En este sector comparativo la historiografía española podría avanzar más, lo que exige, por otro lado, un buen conocimiento sobre los países con los que se van a realizar comparaciones, y para eso hay que adentrarse en la investigación histórica de sus respectivos pasados, conocer sus lenguas y culturas, vivir allí durante algún tiempo, etc. Por toda una serie de motivos, la historiografía española ha estado, hasta hace algún tiempo, muy encapsulada. Carece de suficiente internacionalización. Pero poco a poco las cosas están cambiando, y la generación nueva de historiadores jóvenes se parece cada vez más a sus pares en los demás países europeos.

Por otro lado hay que decir que los grandes debates teórico-metodológicos, que en cierta manera condicionan el debate histórico internacional, surgen y se desarrollan fuera de España, y solo después de haber sido asimilados por la comunidad internacional de historiadores, pasan a ser asumidos por la historiografía española. Esta es más bien receptiva a nivel teórico o conceptual (con alguna excepción, como en el caso de la historia de los nacionalismos), y no tanto innovadora. Esto se desprende de la más bien modesta presencia de historiadores españoles en los debates internacionales, de los que surgen ideas o paradigmas originales que modulan el debate histórico global.

En cuanto al debate sobre la memoria histórica en España –un debate importante y necesario–, resulta pertinente una comparación entre el caso alemán y el español, porque comparando los dos casos se perciben mejor las especificidades de cada caso. En esta cuestión, Alemania y España muestran más diferencias que similitudes. En primer lugar hay que resaltar que las guerras y las dictaduras que se conmemoran fueron completamente diferentes: en el caso español se trata de una guerra civil y de una longeva dictadura como resultado de esa misma guerra; en el caso alemán se trata de una guerra de agresión alemana frente a otros estados y de un régimen totalitario que al principio de la guerra ya estaba, y desde hacía años, firmemente establecido (había llegado al poder de forma por lo menos “semilegal”).

En ambos casos, si bien de manera harto diferente, pasó mucho tiempo hasta que eclosionó una investigación rigurosa sobre sendas guerras y sus regímenes correspondientes. En el caso alemán pasarían unos veinte años hasta que empezó dicha investigación. En el caso español, durante unos treinta y cinco años –es decir, durante toda la dictadura franquista– no hubo ocasión de llevar a cabo un debate abierto, y después de la muerte de Franco pasarían aproximadamente otros veinte años hasta que el país se ocupó rigurosa y sistemáticamente del tema. Las causas de esta nueva demora hay que buscarlas en el carácter civil de la guerra española y en el rechazo mutuo al reproche cruzado en una situación políticamente muy sensible, como fue la transición de la dictadura a la democracia, una época en la que encarar directamente el pasado violento habría conmovido demasiado a la sociedad española (poniendo en peligro además el éxito del proceso transitorio). Para ambos casos, tanto el alemán como el español, es válido decir que aparentemente se necesita que pase toda una generación para poder discutir abiertamente –tanto en el ámbito político como en el de la sociedad en general– los traumáticos temas de la guerra y la represión.

Para conseguir una visión de conjunto sobre los procesos de la memoria histórica en España y Alemania hay que tener en cuenta, además del factor de excepcionalidad de ambos hechos, las diferentes situaciones iniciales de ambos supuestos. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Alemania vivió una profunda catarsis impuesta por los vencedores, así como el surgimiento de una nueva identidad nacional, mientras que España vivió cuarenta años de dictadura en la que la verdad oficial careció de fisuras.

Tras la muerte del dictador, cuando parecía llegado el momento de recuperar la memoria histórica, el debate sobre la Guerra Civil fue aplazado, por lo menos en la política (no en la historiografía y la cultura escrita), para no comprometer el objetivo principal de una transición pacífica a un régimen democrático. Sin embargo, desde hace aproximadamente unos veinte años, las exhumaciones de fosas comunes, el sinnúmero de foros y debates públicos, la centralidad de actos y publicaciones sobre el tema de la memoria histórica parecen sugerir que ha llegado el momento para completar el debate ya iniciado entre historiadores y escritores.

Lo que distingue el caso español del resto de las dictaduras europeas, a la hora de recuperar la memoria histórica de la Guerra Civil y la represión franquista, es el hecho de que no fue una recuperación inmediata, sino que se fue abriendo paso –de forma más bien fragmentaria–, teniendo que esperar al final de la propia dictadura, de la Transición y de un cuarto de siglo ya democrático para manifestarse masivamente. El hecho diferencial español, en referencia al conjunto de Europa, es que la memoria no comenzó a desarrollarse hasta que la transición española no se había convertido en un objeto histórico de estudio e investigación. Fue en ese momento cuando se produjo la auténtica ruptura del consenso sobre la memoria social. Mientras que, en términos generales, el centro izquierda apostó por una estrategia de reconciliación, como una vuelta a la democracia destruida en 1936, el centro derecha intentó hacer tabula rasa con el pasado condenando la República y justificando el “alzamiento” de 1936. En esta postura no cabía ningún tipo de condena de la dictadura ni de la represión del franquismo.

El pasado, por definición, nunca es selectivo, porque las experiencias siempre conforman una totalidad que nos condiciona. Solo el abandono de la tentación de construir una memoria selectiva, sesgada, permite vivir con “normalidad”. Dicho de otra manera: no puede haber normalidad en Alemania sin el recuerdo activo de los años 1933-1945, sin el reconocimiento de los crímenes cometidos y sin la asunción de culpabilidad; y no puede haber normalidad en España sin el recuerdo activo de los años 1936-1939, sin el reconocimiento de los crímenes cometidos en la guerra (por ambos lados) y por los detentadores del poder después de 1939, y sin haber aclarado definitivamente el paradero, todavía desconocido, de las decenas de miles de asesinados. Como el Holocausto en Alemania, la Guerra Civil española y la dictadura franquista forman un pasado que no acaba de pasar, que ha producido y dejado heridas que aún están muy presentes en nuestras sociedades.

En este contexto se puede decir, reasumiendo las reflexiones presentadas más arriba, que los retos de futuro de la historiografía española residen en llegar a tomar parte desde un principio en debates teórico-metodológicos, comparativos y conceptuales, y no solo aplicar las nuevas tendencias y los nuevos enfoques al caso español. Con respecto al tema de la memoria histórica, aparte de seguir investigando el concreto caso español, son necesarios estudios comparativos con otros casos, pues este tipo de comparaciones ayuda a entender mejor el caso singular español. Pese a los grandes progresos en las últimas décadas en cuanto a la “apertura” de la historiografía española, la plena integración en el mundo de la historiografía global todavía no se ha logrado del todo.

5.- ¿Cree que los historiadores españoles han alcanzado un nivel equiparable a la historiografía internacional?

Indudablemente, la historiografía española ha hecho avances espectaculares a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas. Por lo general (con alguna lamentable restricción) el acceso a los archivos equivale a estándares internacionales, la formación de los historiadores profesionales es buena, la calidad de la producción (de esta “transición historiográfica”) comparable a la de otras naciones. Debido a la tardía integración de España en el círculo de la historiografía rigurosa y profesional –en el fondo, solo después de la muerte de Franco– existen (como se ha expuesto más arriba) algunas lagunas teórico-metodológicas y en el sector comparativo, pero también aquí la situación está cambiando en sentido positivo. Ahora bien: los grandes debates se siguen realizando entre Europa Occidental/Central y los Estados Unidos, donde los profesionales tienen una tradición más larga de trabajo específico y mayores medios materiales. Por cierto: las restricciones presupuestarias en España no auguran que las condiciones-marco para una investigación de excelencia, ante todo sobre temas no-españoles, mejoren a corto plazo. Muy al contrario: los duros recortes en investigación promovidos por los gobiernos (central y autonómicos) desde el estallido de la crisis en 2008 no solo han impedido una muy necesaria renovación de las plantillas docentes e investigadoras, sino que además toda una generación de historiadores muy bien formada y crecientemente competitiva a nivel internacional, se ha enfrentado a la precariedad.

6.- ¿Tiene alguna opinión sobre la “cuestión catalana” y el uso público de la historia vinculado a este tema?

La “cuestión catalana” que se viene discutiendo desde hace mucho, pero muy especialmente (en su vertiente independentista) desde hace un lustro, es un ejemplo por excelencia para mostrar el “uso público” o “político” de la historia. Desde que el nacionalismo moderado catalán se radicalizó entrando por una senda secesionista –por motivos que no viene al caso discutir aquí–, hace uso de la historia, tanto de la catalana propiamente dicha como de las relaciones históricas entre Cataluña y el resto de España, para usarla como justificación histórica de su actual postura política frente al Estado español. Fue Jürgen Habermas uno de los primeros en señalar la necesidad de hacer un “uso público” de la historia, pero solo con la intención de llevar el conocimiento de la realidad histórica más allá de los círculos compactos de los historiadores profesionales. No hay duda de que a través de un complejo destilado de ideas y percepciones la representación histórica del pasado afecta a nuestras vidas, atraviesa nuestra conciencia, moldea nuestras percepciones y hace germinar expectativas de futuro. Pero por otro lado, también es susceptible de ser manipulada para fundamentar percepciones del pasado con las que se defienden posturas políticas del presente.

La “cuestión catalana” es un ejemplo paradigmático para verificar esta afirmación: si los catalanistas empedernidos hablan de independencia y libertades históricas, los defensores de la unidad de España tienen una visión bien diferente del pasado de las relaciones recíprocas. Así, cuando los apologetas de la tesis “España nos roba” resaltan que las relaciones económicas siempre han sido en detrimento del desarrollo catalán, muchos otros economistas presentan cálculos diferentes que supuestamente demuestran que Cataluña ha sacado provecho de su pertenencia a España durante los últimos tres siglos. Para ello resaltan cómo la reforma fiscal después de 1714 puso las bases del crecimiento económico catalán en el siglo XVIII, que la política comercial proteccionista del siglo XIX benefició a empresarios de la industria textil catalana a costa de otros productores y de los consumidores españoles en su conjunto, y que la política industrial de los años sesenta del siglo XX favoreció a Cataluña.

Todas las interpretaciones, por muy distintas que sean, pretenden ofrecer una visión “objetiva”. Pero estas diferentes representaciones históricas del pasado son parte de la construcción de una esfera pública en cuyo seno hay representantes con visiones claramente opuestas. En uno de sus libros, el historiador Santos Juliá ha escrito –correctamente– que ninguna representación del pasado es inocente. También es cierto que la representación del pasado cambia a medida que se transforma la experiencia del presente. Y José Alvarez Junco mantiene en su reciente libro Dioses útiles. Naciones y nacionalismos, que el nacionalismo es una doctrina muy rentable para los gobernantes, que manejan los mitos con gran destreza para sustentar sus reivindicaciones.

El tricentenario de 1714 ha constituido una sensacional exhibición de imaginación política en la construcción del relato histórico hispano-catalán (en el sentido de invención de la tradición, como lo explicó Eric Hobsbawm). Los argumentos históricos de los últimos años han servido (y siguen sirviendo) para exhibir una continuidad del sujeto político catalán y reivindicar la restauración de supuestas libertades y derechos anulados. La Cataluña independiente que se dibuja frente a la España en crisis, de democracia defectuosa y con fuertes reminiscencias franquistas, es atractiva porque aparece como una nación ejemplar y democrática, fruto de un nacionalismo cívico, que considera agotados los caminos para incluirse en España y que ahora se plantea como única salida la creación de su Estado propio.

Esta idea es muy reciente, porque hasta hace poco los políticos nacionalistas catalanes insistían en la versión de la doble pertenencia de los catalanes a España y Cataluña. Resaltaban, con buenos argumentos, el papel positivo ejercido por Cataluña en el rumbo que siguió la Transición a la democracia y la construcción del Estado de las Autonomías. Sin exageración se puede decir que la España política actual se debe en gran parte a la intervención activa de catalanes en la política de Madrid, tanto que el gobierno catalán se convirtió en socio privilegiado de los diferentes gobiernos españoles hasta finalizada la primera década del siglo XXI.

No se trata aquí de relatar el sinfín de desencuentros entre Barcelona y Madrid a lo largo de los últimos años. Solo es importante resaltar que lo que hoy los catalanistas empedernidos presentan como la única solución posible –un Estado catalán independiente–, no es una solución tan única como la están presentando, sino un discurso fabricado a base de un nacionalismo identitario que –por lo menos desde Alemania– resulta un fenómeno difícil de entender en pleno siglo XXI.

7.- ¿Qué es lo que le ha atraído de la historia de Latinoamérica para interesarse por ella?

También la respuesta a esta pregunta tiene dos vertientes: una personal y emocional, y otra profesional y estratégica. Empezando por la vertiente personal y emocional desde joven me he interesado por América Latina, por motivaciones pre y extracientíficas, orientadas hacia las culturas prehispánicas. El primer “viaje largo” de mi vida fue, muy de joven todavía, a México y Centroamérica. A esta motivación siguió otra, ésta más bien política: formo parte de la generación estudiantil de 1968, entusiasmada algo ingenuamente, por lo que creíamos entonces que eran las “revoluciones” latinoamericanas, con sus movimientos guerrilleros y la visión de un mundo tan diferente al nuestro (que al fin y al cabo nos parecía muy criticable). Y la tercera motivación, no menos fuerte que las otras dos, fue cultural. Justo cuando empecé a estudiar filología iberorrománica, se dio el fenómeno espectacular del boom de la literatura latinoamericana, y como sabía español, tenía condiciones ventajosas y privilegiadas de poder leer en su versión original esta literatura que tanto nos conmocionaba.

En este contexto en el que se daban toda una serie de motivos importantes para interesarme por América Latina, tuve la necesidad de tomar una importante decisión profesional-estratégica. Si uno aspira, en Alemania, a obtener una plaza de profesor / catedrático universitario, tiene que escribir una segunda tesis, llamada tesis de “habilitación”, que es decisiva cuando uno se postula más tarde para una plaza universitaria de profesor. Y con esto llego a la segunda vertiente, la profesional y estratégica. En teoría podría haberme decidido por cualquier tema (y la inmensa mayoría de los historiadores alemanes se deciden por un tema de la historia nacional, pues es el sector que más plazas ofrece y donde las posibilidades de obtener una plaza son mayores, si bien el número de aspirantes es también correlativo), pero en vista de mis inclinaciones hispanófilas y mis preferencias hacia lo latinoamericano para mí estaba claro que iba a decidirme por un tema sobre América Latina. Y como la tesis de habilitación tiene que diferenciarse de la tesis doctoral tanto en el país / área examinado como en la época investigada y en el enfoque investigador, elegí un país, México, diferente al de la tesis doctoral, España; una época, el siglo XIX, diferente también a la de la tesis doctoral (siglo XX español); y un enfoque, el de historia comercial y diplomática, diferente al de la tesis doctoral, que era político y económico-social. El tema definitivo de mi tesis de habilitación también estaba influenciado por las teorías ampliamente discutidas en aquella época, concretamente las teorías de la dependencia. El tema eran las relaciones comerciales entre México y Europa (con especial hincapié en Gran Bretaña, Francia, Alemania y España) y la pregunta: de qué manera se insertó México en el mercado “mundial” en el siglo XIX, un tema verdaderamente apasionante para cuya elaboración consulté una veintena de archivos en Europa y las Américas. Los resultados a estas preguntas los he presentado en toda una serie de publicaciones, tanto en alemán como en español.

8.- ¿Qué opina del reciente “giro conservador” en el subcontinente latinoamericano?

La historia de América Latina se ha desarrollado, ante todo después de la Segunda Guerra Mundial, en ciclos político-económicos que reflejan la búsqueda en el subcontinente de una vía de desarrollo para sus Estados y sociedades. Desde los años treinta del siglo XX primaba, en términos generales y con alguna excepción, el modelo económico proteccionista de “industrialización por sustitución de importaciones” (ISI), con regímenes democráticos y (a partir de los años sesenta) autoritario-dictatoriales. Después de agotado este modelo –en algunos casos ya en los años setenta, pero definitivamente en 1982 con la crisis de la deuda– los países volvieron a la democracia política y, en el sector económico, a un modelo más “abierto” y librecambista, que se institucionalizó definitivamente con el “Washington Consensus” de 1990. El problema fue la coincidencia de una liberalización política con un sistema económico liberal en una fase del desarrollo de América Latina en la que los precios de las materias primas –los productos de mayor importancia para la exportación– tendían a la baja. Como el desarrollo económico no era satisfactorio y los problemas económico-sociales aumentaron, se echó la culpa de este mal desarrollo a los nuevos regímenes democráticos, aparentemente incapaces de generar el necesario crecimiento económico que permitiera aumentar las capacidades estatales de redistribución. De ahí se explica el surgimiento de regímenes populistas de izquierda que ofrecían una “alternativa” económica capaz de reducir las discrepancias sociales en los diferentes países. Y como el comienzo de esta “ola” izquierdista coincidió con un ciclo-boom de los precios de materias primas, los nuevos regímenes se vieron en la agradable y ventajosa situación de obtener muy elevados ingresos, con los que lograron una mejora sustancial de la situación social en muchos países del subcontinente.

Desde hace unos años, también este ciclo llegó a su fin, especialmente por dos motivos. El primero y más importante fue el cambio de tendencia de los precios que el mercado mundial estaba dispuesto a pagar por las materias primas latinoamericanas. Los precios (ante todo los del crudo y los de ciertos minerales de la región) volvieron a caer. Los fáciles ingresos estatales llegaron a su fin, y con ello acabó también la política de distribución generosa de favores sociales entre los más necesitados. Y el segundo motivo fueron las tendencias cada vez más autoritarias de varios presidentes izquierdistas que trataron de perpetuarse en el poder, con métodos más y más autoritarios y brutales de cara a la oposición. El fin de la bonanza económica, el creciente autoritarismo de los gobernantes y la galopante corrupción, generalizada en la clase política latinoamericana y cada vez más obvia, llevaron a un incremento del descontento popular y tuvieron por consecuencia electoral la pérdida del poder por parte de los gobernantes izquierdistas y el regreso de los conservador-liberales al poder. Claro que cada caso es diferente del otro, pero tienen en común que se desarrollaron y desarrollan en forma cíclica entre autoritarismo y liberalismo, en el sector político, y entre el proteccionismo y el librecambismo, en lo económico.

Lo decepcionante del caso latinoamericano es que a pesar de muchos avances en distintos órdenes, el subcontinente todavía no ha encontrado –independientemente del respectivo régimen de cada país– la fórmula para un desarrollo sustentable. Esto se puede mostrar muy bien con el ejemplo del último ciclo izquierdista que está tocando a su fin: a pesar de enormes ingresos en esta fase, los diferentes gobiernos no han utilizado la bonanza económica para reformas estructurales de la economía, sino que han vuelto a profundizar en el “neo-extractivismo”; es decir insistiendo en el modelo ya clásico del subcontinente de exportar materia prima e importar productos elaborados. Está bien que se hayan usado los enormes ingresos de la última década para invertir en programas sociales, pero la mejora parece haber sido pasajera, pues como indican las más recientes cifras macrosociales, la pobreza (que ha sido reducida drásticamente en la primera década del siglo XXI) ya vuelve a aumentar en el subcontinente. Y las primeras medidas económicas de los nuevos gobiernos conservadores y neoliberales tampoco permiten reconocer cambios estrucurales en el sector económico. Por eso no sería de extrañar si dentro de unos años América Latina volviera a cambiar nuevamente de ciclo.

9.- La historiografía alemana se ha caracterizado por sus peculiaridades. ¿Cree que todavía conserva algunas?

Desde sus comienzos en el siglo XIX, las ciencias históricas en Alemania han tenido como objeto preferido de investigación la historia de su propio país, resaltando además unilateralmente el Estado como instancia decisiva que constituye la Historia. Era un concepto histórico que admiraba el Estado autoritario; por lo tanto, durante mucho tiempo la historiografía alemana tuvo serios problemas a la hora de desarrollar un potencial crítico frente a las tendencias no-democráticas y autoritarias. Este fenómeno cambiaría lentamente después de la Segunda Guerra Mundial, si bien durante algún tiempo siguió prevaleciendo la tradición historicista y conservadora, tanto metodológica como políticamente. La historiografía en su totalidad estuvo marcada, en sus inicios postbélicos, por una clara continuidad que se evidenciaba en un panorama plagado de complicidades y silencios, dominado por el deseo de ignorar o esquivar el pasado reciente.

La nueva historiografía se desarrolló necesariamente sobre el trasfondo de la experiencia negativa del nacionalsocialismo. Poco a poco los historiadores se distanciaron del historicismo decimonónico y se dedicaron a una subdisciplina histórica nueva: la historia del tiempo presente (Zeitgeschichte). Hans Rothfels propuso como fecha clave para la historia del tiempo presente el año 1917, cuando en Rusia tuvo lugar la Revolución de Octubre y los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial. En aquel año dio comienzo tanto la unidad global como la división bipolar del mundo. Para el caso alemán, uno de los primeros objetos de investigación fue la revolución de 1918/19 e, íntimamente relacionada con ella, la disolución de la República de Weimar. Desde el reinicio de la historiografía alemana después de 1945 hasta hoy, la investigación de la historia del tiempo presente –básicamente la historia del siglo XX– ha experimentado muchos cambios: los proyectos de las nuevas generaciones tratan ya de las últimas décadas del siglo XX, y en el caso de la extinta República Democrática Alemana, llegan hasta la caída del Muro de Berlín. En muchos casos no se puede distinguir –ni temáticamente ni en cuanto a las fuentes o al enfoque metodológico utilizado– entre historiadores, politólogos o sociólogos. Se podrían diferenciar eso sí tres generaciones de historiadores: una que sigue ocupándose de la época anterior a la Segunda Guerra Mundial; otra que investiga la “antigua” República Federal hasta 1990; y una tercera que se interesa por la República Democrática Alemana y la Alemania re-unificada. El período investigado por estas tres “generaciones” es el siglo XX en su totalidad, con ampliaciones programáticas y disciplinares hacia la historia cultural o de gender, o bien como una historia de las relaciones entre la Alemania dividida o, en último lugar, como una historia transnacional comparativa.

La intención perseguida por los contemporaneistas alemanes después de 1945 fue, en un principio –y a diferencia de las fases anteriores–, no tanto científica cuanto moral o moralizante, ya que se trataba de enjuiciar los crímenes del Tercer Reich. El carácter moral del enjuiciamiento del nacionalsocialismo desembocó en pedagogía política: la crítica moral y la función política se complementaron con la intención de educar al pueblo alemán en el sentido de la democracia, y formaron una de las nuevas características de los comienzos de la historiografía postbélica. La consecuencia científica de este interés moralizante fue que el objeto de investigación seguiría siendo, durante décadas, el Tercer Reich y el problema de la continuidad en la historia alemana. Pero a lo largo de los años la historiografía se emancipó de las premisas programáticas establecidas en la postguerra. O más bien lo que se puede observar es una asombrosa pluralización en las cuestiones y perspectivas que no pueden resumirse en un único epígrafe.

Esta nueva historiografía contemporaneista y del tiempo presente ha tenido y sigue teniendo importancia paradigmática tanto para la historiografía alemana en general como para la constitución política y cultural de la República Federal en particular, ya que lo específico de la historia del tiempo presente consiste en que se constituyó a la sombra de y en un continuado debate con la época del Tercer Reich (sin olvidar que las “lecciones del pasado” caracterizaron profundamente la cultura política alemana de la postguerra). En este sentido, la historiografía alemana de las últimas décadas fue el intento de historizar el pasado más reciente con todos sus recuerdos individuales y colectivos, para ganar a través de esta historia un futuro nuevo. Además, en el contexto de esta labor histórica se constituyó una nueva historiografía republicana. Si bien esta historiografía pudo recurrir a muchos ejemplos anteriores, por otro lado preparó el camino para una formación nueva de nuestros conocimientos históricos, de nuestros juicios de valor, e incluso de las periodizaciones hasta entonces utilizadas.

El nuevo paradigma historiográfico surgió en una situación histórica específica del trato individual y colectivo de lo que en los años cincuenta se había llamado “el derrumbe” o “la gran catástrofe”. Surgieron serias dudas con respecto al antiguo paradigma del Estado-nación, y estas dudas hicieron posible que se desarrollara una nueva historiografía “del tiempo presente”, cuyos representantes se alinearon desde un principio junto al nuevo Estado republicano. A principios de los años sesenta se estableció un nuevo paradigma como opción republicana de futuro, un paradigma que no se orientaba en la derrota del año 1945 sino en la cesura del año 1933, es decir, en el fracaso del sistema democrático.

La tónica general de las interpretaciones de los años cincuenta había sostenido que la historia del Tercer Reich debía contemplarse como una anomalía, un “accidente”, en el transcurso de la historia alemana. Los historiadores se distanciaban claramente del inmediato pasado del país –independientemente de todo tipo de apologías y de defensa de posiciones científicas tradicionales–. Pero al mismo tiempo, categorías básicas del pensamiento histórico se hicieron cada vez más dudosas: se hablaba de la “crisis del historicismo”, se problematizaron conceptos clásicos como Estado y nación, y también se puso en duda la tradicional equiparación de nación y pueblo. El reto fundamental consistía en adecuar la historia nacional alemana a las condiciones del nuevo Estado parcial occidental. Era la historia de la nueva auto-ubicación alemana en una comunidad occidental. También era el intento de reconciliación de un Estado de poder con una República sin pretensiones de poder político. La teoría del totalitarismo delimitaba la República Federal de Alemania claramente tanto del régimen nacionalsocialista como del Estado parcial oriental, la República Democrática Alemana.

Pronto cambiarían las interpretaciones y periodizaciones del pasado inmediato. Si a partir de los años sesenta se hablaba de “catástrofe alemana”, este término ya no se refería a 1945, sino a 1933; este año se convirtió en el eje central de las investigaciones históricas sobre el siglo XX, pues describía la lucha entre democracia y dictadura. Esta conceptualización de la historia estructuró la investigación sobre la República de Weimar, pues todas las preguntas relacionadas con la primera democracia alemana estaban subordinadas a la pregunta sobre las causas de su fracaso. Se puede hablar de una reconceptualización de la historia alemana con importantes consecuencias, que encajaban bien en el “cambio de paradigma” efectuado en esa década.

La ruptura radical con muchas tradiciones de la historiografía alemana tuvo lugar cuando Fritz Fischer publicó sus investigaciones sobre las causas de la Primera Guerra Mundial, así como sobre las metas expansionistas perseguidas por Alemania en esa guerra. Con una tesis que defendía que el gobierno del Imperio alemán había preparado con anterioridad a 1914 una guerra ofensiva con la intención de llegar a ser potencia mundial, Fischer deshizo una serie de tabúes existentes entre los historiadores alemanes, ya que la política alemana desde Bismarck aparecía como una mezcla de nacionalismo, militarismo y política exterior agresiva, es decir, como la directa prehistoria del nacionalsocialismo. En cierta manera puede decirse que la polémica surgida entre los historiadores alemanes en torno a la responsabilidad germana con respecto al estallido de la Primera Guerra Mundial fue el final de la historiografía tradicional de historia política nacional. De entonces en adelante se llegaría a una revisión fundamental de las tradiciones historiográficas alemanas: las raíces del desastre de 1933 se buscarían en las peculiaridades de la tradición política alemana desde comienzos del siglo XIX. Toda la historia moderna alemana fue sometida a un análisis crítico y a re-interpretaciones fundamentales tratando de explicar, en primer lugar, los obstáculos que impedían o por lo menos dificultaban una democratización profunda del Estado y de la sociedad en Alemania.

La historiografía que surgió en el contexto de aquellos debates no era un renacimiento de la antigua historiografía historicista. Ahora, los historiadores reivindicaban interdisciplinaridad y una ampliación del paradigma tradicional político-estatal. Este desarrollo se intensificó aún más con el avance y la incorporación de las ciencias sociales anglosajonas y la extensión de enfoques estructuralistas. El ímpetu esclarecedor y decididamente republicano en la historiografía de aquellas décadas era obvio. Había que sacar lecciones del fracaso de la República de Weimar para la República de Bonn. El amplio horizonte metodológico y la orientación hacia valores de libertad que adoptó la historiografía alemana tras la Segunda Guerra Mundial fueron aspectos centrales para el auto-examen político de la segunda democracia alemana de posguerra.

En las últimas décadas, la importancia pública de la historiografía sobre la Alemania actual ha seguido aumentando; el gran número de monografías sobre la Alemania de hoy se esfuerza por presentar a la República Federal reunificada como una democracia “normal”, sin prescindir naturalmente de la indicación, políticamente correcta y necesaria, de que el país siempre debe considerar su específico peso del pasado.

Perfil

Walther L. Bernecker es un hispanista alemán de gran reconocimiento académico, cuya obra cubre aspectos muy variados de la historia hispanoamericana y alemana de los siglos XIX y XX. Ha sido titular de distintas cátedras europeas y americanas (Augsburgo, UNAM-Colegio de México y Chicago, entre otras). Entre los años 1998 y 2001 fue Decano de la Facultad de Economía y Ciencias Sociales, así como Catedrático de Historia Contemporánea en Berna (1992-2014) y Catedrático de Cultura y Civilización de los Países de Lenguas Románicas en la Universidad Erlangen-Nuremberg. Algunas de sus obras principales son: España entre tradición y modernidad: política, economía, sociedad (siglos XIX y XX) (Madrid: Siglo XXI, 1999); Alemania y México en el siglo XIX (México, D.F.: Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005) y España del consenso a la polarización: cambios en la democracia española (Madrid: Iberoamericana, 2007).

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