Hasta hace unos años -y aún hoy- la prehistoria presentaba un inmenso obstáculo para el público lector: no se ofrecía en forma de relato sino en forma de ‘evidencias contrastadas’. Así resultaba difícil enlazar aquel pasado con el presente. Por eso, la persona culta no leía prehistoria y ésta pertenecía a sus especialistas.
Si la prehistoria no se abría al público se debía a que era una ‘ciencia’: hablaba de hechos, no de suposiciones. Y un relato es siempre una suposición que enlaza hechos. De alguna manera, ‘ciencia’ e ‘historia’ (en su uso coloquial) eran incompatibles.
A sus 88 años de edad, Gómez Moreno publica Adam y la prehistoria. Conocedor de la autoridad que posee como ‘científico’, plantea la posibilidad de que la ciencia se abra a la historia y lo empírico a lo transcendental. E intenta mostrarlo en el campo que a él le era propio: la arqueología. Todo un ejemplo de esfuerzo divulgativo.
Lo curioso de este libro es que siempre ha sido tratado con respeto.