El testamento intelectual de un maestro –

El testamento intelectual de un maestro

Por Leoncio López-Ocón Cabrera, Goya, núm. 356, 264-266

Manuel Gómez-Moreno, quien gozó de una vida longeva (Granada, 1870 – Madrid, 1970), está considerado uno de los humanistas españoles más importantes del siglo XX. Investigador polifacético, realizó contribuciones significativas no solo en los ámbitos de la historia del arte y de la arqueología, sino también en el campo de la filología. De laboriosidad incansable, como acreditan quienes lo conocieron, fue autor de trabajos modélicos sobre el arte medieval como Excursión a través del arco de herradura (1906), Iglesias mozárabes. Arte español de los siglos IX al XI (1919) y El arte románico español (1934). Pero también publicó notables artículos entre 1925 y 1930 sobre el Renacimiento en Castilla, acerca del escultor Alonso Cano o sobre las obras de Miguel Ángel en España como el San Juanito, escultura destruida en Úbeda durante la guerra civil, y que gracias a las fotografías de Gómez Moreno y a su estudio pudo ser reconstruida recientemente en Florencia y exhibida en el Museo del Prado. Esos textos los editó en las páginas de la prestigiosa revista Archivo español de arte y arqueología del Centro de Estudios Históricos de la Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas, institución conocida por el acrónimo JAE. Esa publicación sería codirigida por él y Elías Tormo desde su fundación, en 1925, hasta la guerra civil. Más adelante, en 1954, también realizaría contribuciones al estudio de Goya dando a conocer obras inéditas del genial pintor aragonés en las páginas de la revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Archivo español de arte.

Como arqueólogo recorrió desde joven gran parte de la Península Ibérica midiendo monumentos de diversas épocas, explorando cuevas y asentamientos humanos en diversas regiones españolas y portuguesas, país al que hizo cuatro viajes. Desde su etapa formativa en su Granada natal y en Roma, adonde acompañó a su padre el pintor Manuel Gómez-Moreno González (1834-1918), desarrolló un gran interés tanto por la arqueología paleocristiana como islámica, al vivir al lado de la Alhambra por largo tiempo. Se sintió asimismo atraído por la investigación de las épocas remotas de la ocupación humana en la Península Ibérica, abriendo líneas de investigación que serían fructíferas sobre la prehistoria y la protohistoria española. Así lo pudo mostrar, por ejemplo, en su temprano estudio sobre pictografías andaluzas publicado en 1908 en el Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans. O, ya en la etapa final de su vida a finales de 1958, en el decisivo papel que desempeñó en el hallazgo, por parte de uno de sus discípulos más fieles, Juan de Mata Carriazo, del tesoro del Carambolo que era el gran testimonio material de la originalidad artística y refinamiento estético de la civilización tartesia, de orígenes egeos, y que se expandió por Andalucía y el sur de Portugal a lo largo del tercer milenio antes de nuestra era.

Además, los trabajos en su juventud junto al arqueólogo y filólogo alemán Emil Hübner, y su colaboración en la catalogación de las inscripciones epigráficas de la Península Ibérica al lado de ese científico –lo que daría lugar ¡ posteriormente a la composición de la Monumenta linguae Ibericae– alentó su afán por el conocimiento de las lenguas peninsulares prerromanas. Y gracias a sus pesquisas lingüísticas publicó en 1922 su artículo “De epigrafía ibérica: el plomo de Alcoy”. Este texto, aparecido en las páginas de la Revista de Filología Española, la publicación señera del Centro de Estudios Históricos de la JAE, que dirigía su admirado Ramón Menéndez Pidal, supuso un hito en el conocimiento de la lengua ibérica al lograr fijar su alfabeto.

Su original punto de vista para la comprensión del pasado, aunando métodos procedentes de la historia del arte, de la arqueología y de la filología, ya lo había mostrado cuando asumió el encargo que le hizo en 1900 el político liberal e historiador del arte Juan Facundo Riaño: la realización de la ambiciosa obra del Catálogo Monumental de España para hacer “el inventario histórico-artístico de la nación”. En años de absorbente trabajo y de tenaces exploraciones de la Castilla profunda logró culminar sucesivamente, durante el sexenio transcurrido entre 1900 y 1906, los catálogos de Ávila, Salamanca, Zamora y León, algunos de los cuales se publicarían mucho más tarde. El rigor de su esfuerzo, el mimo con el que se acercó a sus objetos de estudio, la calidad científica que subyace en la elaboración de esas monografías no serían superados por los autores de otros catálogos provinciales. Así lo podrá constatar quien los consulte en Internet gracias a la digitalización de ese extraordinario conjunto de textos y documentos visuales emprendida por el Instituto del Patrimonio Cultural de España, la Biblioteca Tomás Navarro Tomás y el Instituto de Historia del CSIC (se pueden consultar en http://biblioteca.cchs. csic.es/digitalizacion_tnt).

GM despachoAños después, en una de sus últimas obras –Adam y la prehistoria– exhibiría de nuevo de forma brillante, sugerente y polémica su maestría en combinar los saberes históricos, arqueológicos y filológicos. Este singular libro fue publicado originalmente por la editorial Tecnos en 1958 cuando su autor era casi nonagenario. Recientemente ha sido reeditado por la empresa navarra Urgoiti Editores en su magnífica colección “Historiadores”, con la que esa editorial pretende recuperar obras clásicas de nuestra historiografía para dar a conocer el patrimonio cultural legado por los estudiosos de nuestro pasado. Tal iniciativa es muy meritoria, pues tanto valor tienen los textos reeditados de nuestros principales historiadores, como los estudios preliminares que les preceden, como sucede en este caso con el denso, extenso y bien articulado estudio preliminar de Juan Pedro Bellón. La edición que comentamos además está acompañada de unos utilísimos índices onomástico, toponímico y de materias.
En esta obra, que mereció un premio concedido por la Fundación Juan March, Gómez-Moreno ofrece una apretada síntesis de la prehistoria de la humanidad y de la protohistoria de la Península Ibérica. Su compleja visión panorámica de miles de años de ocupación del ecúmene por los seres humanos y de desarrollo de las culturas prerromanas en el solar ibérico la expone en menos de centenar y medio de páginas profusamente ilustradas, y se acompaña de veinticuatro láminas que incorporan decenas de objetos artísticos. Los títulos y subtítulos de sus diez capítulos –Lo humano; La vida (Biología); Los preadamitas (Paleolítico inferior); Los adamitas (Paleolítico superior o paleótico); La sociedad: sedentarismo (Neolítico o Neótico); La civilización: los imperios (Cobre y Oro); El  del Bronce); Colonizadores y célticos (Edad del Hierro); Síntesis histórica– expresan la ambición intelectual de Adam y la prehistoria donde su autor intentó justificar los fundamentos científicos del libro del Génesis. Gómez-Moreno compendió en este libro saberes y conocimientos acumulados a lo largo de décadas en miles de horas de lecturas y observaciones en trabajos de campo, manejando informaciones procedentes de múltiples fuentes, desde lecturas juveniles hasta testimonios de colaboradores próximos, sobre aspectos diversos de los avances en los estudios sobre la prehistoria humana que se estaban haciendo poco antes de la elaboración de la obra.

Uno de esos colaboradores sería el gran filólogo Antonio Tovar, quien al inicio de sus publicaciones académicas entre 1932 y 1936 realizó numerosas colaboraciones sobre historia del arte en las páginas del Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología de la Universidad de Valladolid. El mismo Tovar, que comentó varios trabajos de Gómez-Moreno en los años republicanos, explicaría también allá por 1961 en las páginas de otra revista del CSIC –Emérita– las aportaciones de Adam y la prehistoria en los campos de la filología y la lingüística, considerando a su autor “maestro de la epigrafía hispánica”. Respecto a esas aportaciones Tovar destaca la lectura que efectúa Gómez- Moreno de las inscripciones del plomo de Gádor (reproducidas en la pág. 104) que ubica en la cultura arqueológica llamada de El Argar. Gómez-Moreno la conecta con la cultura de Troya y Creta, Beocia y Micenas, entre otras razones por las características de su cerámica y porque las espadas de los portadores de la cultura de El Argar repiten los tipos egeos.

Si Adam y la prehistoria suscitó la atención y sigue inspirando las investigaciones de los filólogos, no cabe duda de que también hace reflexionar a historiadores del arte y arqueólogos. Los primeros aprecian el esfuerzo que realizó Gómez-Moreno para mostrar las condiciones del nacimiento y desarrollo de un arte original y propio en tierras ibéricas a través de la siguiente secuencia: pinturas paleolíticas de Altamira; pinturas rupestres levantinas en el Neolítico; cerámicas y cámaras funerarias tartesias; la orfebrería galaica primitiva, los talayots y navetas menorquines, y la metalurgia celtibérica de lo que él considera períodos de transición correspondiente a la segunda edad del bronce, cuando la península se vio afectada por una invasión europea; y las grandes manifestaciones artísticas de lo que él denomina “desarrollo hispánico”, correspondientes al resurgimiento «español» que se produjo entre los siglos VII y VI a. de C., particularmente en el cuadrante sudoriental peninsular y cuya expresión más significativa sería la Dama de Elche.

Los arqueólogos, por su parte, como es el caso del editor del libro, encontrarán en las páginas de Adam y la prehistoria una fuente de gran interés para conocer el estado de las investigaciones arqueológicas sobre la protohistoria española a mediados del siglo pasado, así como para percibir las tensiones entre los arqueólogos de filiación filológica como Gómez-Moreno y los de filiación naturalista como Obermaier y sus seguidores, entre los que destacaría Pere Bosch-Gimpera, cuyos planteamientos sobre la cultura ibérica e interpretaciones sobre el mosaico español intentó Gómez-Moreno cuestionar en esta obra.

Y cualquier lector, como bien sugiere Juan Pedro Bellón en su estudio introductorio, podrá apreciar la importancia que tuvo el debate entre ciencia y religión en la producción cultural de la década de 1950 cuando Gómez-Moreno decidió hacer su testamento científico-espiritual, que así cabría ser interpretada esta obra. Hay que agradecer al editor, quien lleva años haciendo contribuciones significativas a la historiografía de la arqueología y al conocimiento de la cultura ibérica, el ingente trabajo llevado a cabo para desentrañar en más de doscientas cincuenta páginas las claves científicas, ideológicas y políticas de una de las obras más singulares de un autor representativo de una tercera España que, tras ser arropado por los ambientes liberales de la Institución Libre de Enseñanza en el primer tercio del siglo XX, logró hacerse respetar por el régimen franquista y mantener el aprecio de los historiadores y humanistas exiliados, como mostraría uno de sus discípulos, Moreno Villa, en su autobiografía Vida en claro.

Quien se acerque a esta cuidada edición de Adam y la prehistoria y al concienzudo estudio preliminar de Juan Pedro Bellón podrá apreciar la parte de razón que tenía Julio Caro Baroja cuando en 1972 definió de esta manera la personalidad y la obra de ese maestro de nuestra historiografía que fue Manuel Gómez-Moreno: “No creo que haya habido una persona mejor provista que él de dones naturales para ser lo que fue: el supremo experto destinado a descubrir el valor y el significado de las formas y de los materiales usados por los hombres a lo largo de la Historia, en sus diversos quehaceres e inquietudes espirituales y artísticas”.

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