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 ¿Sería Vd. capaz de nombrar a dos arqueólogos españoles de cierta reputación? Probablemente, la respuesta sea no, a menos que se trate de un aficionado a esta disciplina. En España, a pesar de los tesoros arqueológicos de la Península, no hemos sido muy dados a fomentar el interés por nuestro legado más antiguo, salvo honrosas excepciones. Tampoco hemos sido particularmente agradecidos con aquellos especialistas que, con pocos fondos y sin gran ayuda, han desenterrado los vestigios de nuestro pasado. Poco a poco, afortunadamente, el escenario está cambiando y vamos reconociendo su labor, aunque todavía queda mucho por hacer. La tarea pendiente es acercar el conocimiento de la arqueología al gran público. Para lograrla, se requiere abandonar los reducidos círculos universitarios y lanzarse a “conquistar” la atención de un grupo cada vez más amplio de personas. Hay tantos medios para conseguir tal fin, como ideas se nos ocurran. Solo hace falta voluntad.

La editorial Urgoiti nos ofrece, de la mano del catedrático de la Universidad de Barcelona Francisco Gracia Alonso, una opción: recuperar la figura de quien fue uno de los arqueólogos españoles más importantes y reputados del siglo XX, Lluis Pericot. La biografía Lluís Pericot. Un prehistoriador entre dos épocas* es un magnífico instrumento para descubrir el mundo de la arqueología desde dentro. Como explican los editores de la obra, “La figura de Lluís Pericot (1899-1978) llena más de medio siglo de nuestra prehistoria y nuestra ciencia, desde que comenzara su andadura en los años 20 hasta las vísperas de su fallecimiento, entrada ya la Transición. Décadas de trabajo que transitan por dos épocas, dos mundos, tanto en lo que atañe al avance científico de su profesión como al momento histórico que en España separó trágicamente la guerra civil. Buena parte de su trayectoria habría de desarrollarse por lo tanto bajo el régimen franquista, con sus luchas intestinas entre familias y facciones por las que Pericot tuvo que desenvolverse y que narra magistralmente el autor de estas páginas. Pero su fama e influencia trascendió mucho más allá de nuestras fronteras. Muy pocos científicos en nuestro país tuvieron una trayectoria internacional de la intensidad e importancia de la de Pericot, que se codeó con lo más granado de sus colegas internacionales y que multiplicó sus contactos, presencia y publicaciones en los más prestigiosos foros de la época”.

Conozcamos brevemente al personaje. Nacido en 1899 en Gerona, donde estudió el bachillerato, se trasladó a la Ciudad Condal para cursar Filosofía y Letras (Sección de Historia) en la Universidad de Barcelona. Allí conoció, en 1916, a Bosch Gimpera, quien se convirtió en su profesor y mentor, manteniéndose esa relación toda la vida. Licenciado con Premio Extraordinario (1918), se doctoró en la Universidad de Madrid (1918-1919) en Filosofía y Letras, con su tesis sobre La civilización megalítica catalana y la cultura pirenaica (1923). En 1925 ganó, por oposición, la Cátedra de Historia Antigua y Media de España en la Universidad de Santiago de Compostela, a la que seguiría la de Historia Moderna y Contemporánea de España en la Universidad de Valencia (1927-1933). En 1931 fue pensionado por la Junta para la Ampliación de Estudios para estudiar el Paleolítico Superior en Francia, Inglaterra e Italia. Tres años más tarde, obtuvo la cátedrá de Historia Moderna y Contemporánea de España en la Universidad de Barcelona (1934-1936). Finalizada la Guerra Civil, que pasó entre entre Barcelona y Bagur, obtuvo la cátedra de Historia Antigua y Media de España en aquella Universidad. Cuando M. Almagro Basch ganó la de Madrid (1954), Pericot ocupó la antigua cátedra de Prehistoria de Bosch Gimpera, en la que permaneció hasta su jubilación. En esa Universidad fue vicedecano (1952-1954) y decano (1954-1957) de la Facultad de Filosofía y Letras y, tras jubilarse en 1969, fue nombrado presidente del Patronato de la Universidad de Barcelona (1971). La lista de premios y reconocimientos que recibió a lo largo de su vida es interminable, al igual que el número de obras que publicó y de asociaciones e instituciones culturales a las que perteneció.

Los datos que acabamos de ofrecer son solo una pincelada de la fascinante vida del arqueólogo catalán, a cuyas facetas nos acerca la obra de Francisco Gracia. Aunque su lectura no sea difícil para un público amplio, obviamente suscitará más interés a los seguidores de esta disciplina (por ejemplo, las luchas intestinas de la Universidad no serán particularmente entretenidas para un profano que se adentra por primera vez en este campo). Lluís Pericot destacó por sus contribuciones en el mundo universitario, por su reconocimiento internacional y por sus aportaciones a la profesionalización y al desarrollo de la arqueología en España. Las páginas que conforman este libro ahondan en todas estas cuestiones.

Tras la biografía de Lluís Pericot emerge un completo análisis de la vida universitaria y la profesionalización académica de la arqueología durante el siglo XX, procesos ambos en los que él mismo participó activamente. A través de los hitos de la biografía de nuestro protagonista, descubrimos cuáles fueron los inicios de la arqueología y, en especial, la relevante labor acometida por Bosch Gimpera y la Escuela de Barcelona; los pasos que ha de seguir un brillante estudiante para ascender en la jerarquía universitaria; los problemas que este joven debe afrontar para consolidar su posición académica; las consecuencias de la Guerra Civil en la Universidad y los ímprobos esfuerzos y sacrificios de muchos para conservar su posición y no terminar exiliados o depurados; el progresivo aperturismo de los especialistas y del propio régimen, que les permitió entrar en contacto con las corrientes historiográficas internacionales; las disputas que llevaron a derrocar a Martínez Santa-Olalla y a reorganizar la investigación arqueológica; y finalmente, el reconocimiento a toda una vida de esfuerzo y dedicación. Al final, se nos ofrece la radiografía de toda una época, vista a través de la biografía de unos de sus actores académicos más importantes.

Concluimos con estas palabras de Francisco Gracia, que cierran su obra: “Pericot será el último de una época, consciente de las aportaciones que había realizado, especialmente en los ámbitos de los estudios del paleolítico superior y el arte rupestre, llegando incluso algunos de los nuevos temas de estudio en sus últimas publicaciones, al tiempo que reflexionará sobre la realidad de la evolución de la investigación prehistórica en España durante el medio siglo en que tuvo un papel determinante en su estructuración y desarrollo. Probablemente era perfectamente consciente de que, si bien había conseguido llevar el modelo en que se formó hasta su máxima cota de desarrollo, no había logrado, por diversos motivos, construir una transición para las nuevas generaciones, por cuanto el modelo periclitado se mantendrá hasta la desaparición de la generación más próxima a él”.

Francisco Gracia Alonso (Barcelona, 1960) es catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona y director del Grup de Recerca en Arqueologia Protohistòrica (GRAP). Sus líneas de investigación se centran en la Protohistoria de la península Ibérica, la Historiografía de la Arqueología, la Guerra en el mundo antiguo y el Patrimonio histórico-arqueológico en tiempos de guerra. Entre sus últimos libros destacan: Pensar la Universitat. Escrits de Pere Bosch Gimpera (2015); El tesoro del “Vita”. La protección y el expolio del patrimonio histórico-arqueológico durante la Guerra Civil (2014, con G. Munilla); Arqueologia i política. La gestió de Martín Almagro Basch al capdavant del Museu Arqueològic Provincial de Barcelona (1939-1962) (2012); Pere Bosch Gimpera. Universidad, política, exilio (2011); La arqueología durante el primer franquismo, 1939-1956 (2009) o El sueño de una generación. El crucero universitario por el Mediterráneo de 1933 (2006, con J.Mª Fullola).

Reseña publicada por Metahistoria: http://metahistoria.com/novedades/lluis-pericot-un-prehistoriador-entre-dos-epocas-rb/

Por Félix Población en El viejo Topo, nº 357 (octubre, 2017)

Walther L. Bernecker, catedrático emérito de la Universidad Erlangen-Nürnberg, es autor de un estudio sobre la obra Un drama histórico incomparable. España 1808-1939, del teórico del socialismo e historiador español Antonio Ramos Oliveira (1907-1973), que acaba de ser publicada por Urgoiti editores.

Según Bernecker, se da con Ramos Oliveira una doble circunstancia: la de ser un historiador muy valorado por quienes le citan, si bien es prácticamente desconocido hoy en día. Su gran aprecio entre los historiadores españoles tiene su razón de ser, a juicio del profesor Bernecker, en haber sido pionero en el análisis de la historia de España con un enfoque en principio marxista-materialista y más tarde estructuralista, y por lo tanto “alternativo” al de la narrativa histórica dominante. Si bien desde los conocimientos que tenemos hoy, su obra tiene claros límites, a juicio del profesor e investigador alemán. Respecto al desconocimiento de su obra en la actualidad, podría deberse a que al aparecer su Historia de España en 1952 en México, el régimen franquista hizo todo lo posible por no permitir su circulación. Tampoco en el extranjero fue fácil adquirir la obra, debido a la difícil situación de la postguerra mundial y a los problemas de distribución. Tanto más, por ello, es meritoria la reedición ahora del libro con una introducción que lo sitúa en el contexto político e historiográfico de su época.

—¿Dónde radica en su opinión, profesor Bernecker, lo incomparable del drama histórico español que va de 1808 a 1939 y por qué delimitarlo entre esos dos años?

—El título del libro, Un drama histórico incomparable, recoge palabras del propio Antonio Ramos Oliveira al aludir a las convulsas décadas que, desde el siglo XIX, condujeron a la Guerra Civil. El enfoque está centrado en los años 1808-1939, que para un lector del siglo XXI son los más interesantes de la obra de Ramos, ya que el autor traza un análisis marxista de la sociedad y economía españolas que hasta entonces no se había conocido en la historiografía española. Su obra es la primera historia de España escrita con el materialismo histórico como guía metodológica y pretendiendo dar una interpretación marxista global a la historia del país. Los años de referencia 1808 y 1939 son usados por Ramos como prueba de su filosofía de la historia, según la cual España, más que modelar su historia, había sido modelada desde fuera por continuas intervenciones (en estos dos casos, la napoleónica y la germano-fascista).

—¿Cuál es el análisis que hace Ramos Oliveira de la sucesión de guerras civiles que se dieron en España en el siglo XIX y hasta qué punto esos conflictos acabaron por explotar en una gran contienda entre 1936 y 1939 con tan desoladores resultados para la nación?

—Los pronunciamientos y las guerras civiles en la España del siglo XIX se debían en primerísimo lugar, según Ramos, a la falta de una clase media. Sociedades sin clase media estaban condenadas, en su opinión, “a sufrir la tiranía militar y los trastornos de los pronunciamientos periódicos”. Con algunas variantes en la terminología conceptual, ésta era la base interpretativa de la obra de Ramos. Según el autor onubense, eran la estructura dicotómica de la sociedad española, la falta de una clase media y la postura antidemocrática de la oligarquía, los factores más importantes que impulsaron el desarrollo político irremediablemente hacia una guerra civil. La exigua burguesía periférica falló en su función histórica de mediar entre los extremos, porque orientó sus intereses primarios hacia la autonomía y el separatismo. Existía una íntima conexión entre los factores estructurales más importantes en el desarrollo histórico español (cuestión agraria, falta de revolución burguesa, clase media prácticamente inexistente, separatismo) que en su relación negativa llevarían a la catástrofe de la Guerra Civil.

—¿Cuál es el punto de vista de Ramos Oliveira con respecto a la revolución de 1868 y el largo periodo de la restauración monárquica a partir de 1875?

—Ramos Oliveira relaciona la revolución de 1868 y la Primera República con el problema eclesiástico en España. En su interpretación, la iglesia perseguía en el siglo XIX la intención de suplantar a la corona y asentar sobre los escombros del Estado una teocracia, gobernando ella misma. La dinastía carlista era la favorita de la iglesia, pues esta “monarquía teocrática” garantizaba el poder absoluto de la iglesia. Durante el mandato de Isabel II, la iglesia consiguió “la subordinación del Estado al poder espiritual”. Y la verdadera causa de la Revolución de 1868 fue que la nueva oligarquía y los progresistas habían reconocido que eran regidos por una teocracia y querían restablecer la independencia civil de la monarquía. En la Restauración, finalmente la iglesia entró “por la senda del compromiso con el Estado”.

Con respecto al período de la Restauración, Ramos resalta el antagonismo entre los intereses de los terratenientes españoles y la burguesía catalana. La economía habría necesitado una honda reforma agraria que aumentara el poder adquisitivo de las masas campesinas, una reforma que no podía esperarse del gobierno burgués de Madrid. Y los catalanes solo estaban interesados en mantener su “régimen de abuso y parasitismo”. La política económica dictada desde Madrid para proteger los intereses económicos catalanes corrompió a la burguesía catalana para que no realizara su función histórica: derribar un Estado anacrónico. También la industria hullera se sostuvo solo por el contribuyente. La oligarquía controlaba el poder económico y bloqueaba el desarrollo capitalista. La única solución a los problemas acumulados de la economía española era un cambio radical del Estado y de la estructura económica.

—¿Qué valoración hace el historiador socialista del papel jugado por el PSOE, al que perteneció desde muy joven, durante la dictadura de Primo de Rivera?

—Al finalizar la dictadura de Primo de Rivera, los socialistas se vieron expuestos a toda una serie de vehementes críticas por su comportamiento pasivo e incluso colaboracionista durante el régimen de 1923. Junto a otros, Ramos Oliveira justificó la postura socialista rechazando categóricamente cualquier crítica. Argumentaba que el Partido Socialista no podía ni debía parar a las militares con una oposición revolucionaria, pues esta postura hubiera sido suicida, ya que no existían condiciones objetivas para la revolución. Por otro lado, tampoco había condiciones objetivas para el fascismo. No peligraba la burguesía, sino la monarquía. Resumía el comportamiento socialista alegando que la actitud del socialismo español dio lugar a que fuera la burguesía quien (por lo menos en apariencia) se decidiera a hundir la monarquía.

—Por los años treinta, Ramos Oliveira participó en el proceso de radicalización de las juventudes socialistas y dice usted que no se conoce con precisión el grado de participación que tuvo en la Revolución de Asturias de 1934, aunque sí está atestiguada su presencia en la cárcel después de sofocada esa revuelta, ¿Cuál fue su postura ante el movimiento de octubre de ese año?

—En su libro La revolución de octubre, publicado en 1935, Ramos Oliveira se mostraba convencido de que la “república democrática” de 1931 (que él había apoyado) había fracasado, y que había que pasar de la revolución democrática a la revolución socialista o de la dictadura burguesa a la dictadura del proletariado. La vía democrática al socialismo, en su visión, era obsoleta. La revolución “defensiva”, a realizar por los socialistas, se hacía necesaria por las condiciones de la lucha de clases y el comportamiento agresivo de la burguesía. En aquellos meses, Ramos interpretaba los hechos revolucionarios de manera radical, como “explosión nacional” y principio de la revolución proletaria para conquistar el poder. La revolución de octubre había sido el primer paso para erigir un régimen marxista en España. Si entre 1934 y 1936 Ramos Oliveira fundamenta su interpretación marxista en el concepto de lucha de clases, en su Historia de España de 1952 resalta que ‒por muy radical que pareciera la propaganda revolucionaria de los partidos obreros‒ éstos habían querido, ante todo, reconquistar la “República popular” concebida antes del 14 de abril de 1931. Con distancia temporal, la interpretación de Ramos era, en 1952, mucho más moderada, pues veía en la revolución de 1934 solo el intento de reconquistar los aspectos sociales del bienio republicano-socialista, eliminando del movimiento de octubre toda intención revolucionario-socialista. Es obvio que las experiencias vitales de Ramos en Gran Bretaña (1936-1950) habían influido en este cambio de postura.

—A raíz de su experiencia corno corresponsal de El Socialista en Alemania, entre 1930 y 1931, parece lógico suponer que Oliveira fue consciente con alguna antelación de los riesgos de involución fascista que se podrían dar en España tras el fracaso de la revolución de octubre o la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. ¿Cuándo y en qué medida aventuró esa posibilidad?

—Indudablemente, la radicalización socialista en la Segunda República tuvo que ver esencialmente con el fracaso de la socialdemocracia alemana, que había sido incapaz de contener el ascenso del nacionalsocialismo. Durante bastante tiempo, Ramos interpretaba el nacionalsocialismo de manera equivocada, como un partido “reaccionario”, deseoso de volver a los viejos tiempos prebélicos, un partido que seguramente iba a fracasar. En su libro Alemania ayer y hoy, publicado después de la toma del poder por Hitler en 1933, se puede apreciar cómo decrecía vertiginosamente la fe de Ramos en la democracia como garantía para frenar el ascenso del fascismo. En los siguientes años, la interpretación de Ramos del nacionalsocialismo fue muy insegura e incluso contradictoria, acercándose en algún momento a la visión de la Tercera Internacional, según la cual el fascismo era un agente del gran capital. El mensaje que lanzaba Ramos (igual que Luis Araquistáin) a partir de 1933 a la izquierda española era que había que impedir por todos los medios, aunque fuera mediante una revolución social, la dictadura fascista de la burguesía.

—¿Por qué conceptúa usted como llamativa la interpretación que hace Ramos Oliveira de la Guerra de España como un combate entre feudalismo y progresismo y no entre fascismo y progresismo, como mantienen otros historiadores? ¿Le parece más adecuado decir Guerra de España, como sostenía Negrín, que Guerra Civil, al no ser “dos bandos” los contendientes, sino un gobierno legal y democráticamente constituido contra un ejército golpista?

—Decir que la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre progreso y feudalismo, significa tanto como afirmar ‒desde una perspectiva marxista‒ que España todavía no había experimentado su revolución burguesa. Esta interpretación es esquemática, recurriendo a un esquema marxista-mecanicista de la sociedad, sin tener en cuenta que la imagen estereotipada de una España “negra” y “medieval” a la que supuestamente pretendían regresar los insurgentes para salvar su “sistema feudal”, no consideraba los enormes cambios experimentados tanto en la agricultura como en la industria y en el sector estatal desde el siglo XIX. Pero en 1936 no se trataba de conservar el “feudalismo”, sino de eliminar las reformas democráticas de la República; y la confrontación iba entre un militarismo fascistoide y una democracia reformista, y para la inmensa mayoría de los republicanos la guerra era, desde un principio, “antifascista”. En sus escritos, Ramos varía su interpretación (más tarde, p. ej., habla de una, “guerra de invasión”), usando por lo general la denominación “guerra civil”, pues si bien la guerra era, en sus principios, un enfrentamiento de militares golpistas contra un gobierno legalmente constituido, a lo largo de la lucha se convirtió en guerra civil en la que participaban diferentes grupos sociales y que dividió radicalmente la sociedad española.

La segunda República debía solventar durante su corto periodo, a juicio de este historiador, tres problemas históricos que no llegó a resolver: la posición de la Iglesia católica en la nueva democracia republicana, la cuestión agraria y el contencioso de la autonomía regional. ¿Cuáles eran los criterios de Oliveira respecto a los mismos y por qué causas cree que no se resolvieron?

—Para Ramos Oliveira existía una íntima relación entre la fallida “revolución burguesa” en España y la postura de la burguesía catalana, que prefirió lanzarse a la vía del secesionismo en lugar de inmiscuirse en la política nacional española y llevar a cabo la revolución burguesa a nivel nacional. La clase media catalana que, en opinión de Ramos, debía haber sido revolucionaria, no lo fue porque desvió su interés hacia una finalidad destructiva, la secesionista. Ni los catalanistas ni los propugnadores de la independencia vasca estuvieron a la altura de las necesidades del momento. Ramos responsabiliza a la burguesía catalana (en menor grado a la vasca), con su nacionalismo regional, de que en España se hubiera frustrado en el siglo XIX la revolución burguesa (y al mismo tiempo, la solución del problema agrario, fundamental para el país) y en el XX la Segunda República, porque en 1931 el poder debía haber tenido “un enérgico ademán unificador y centralizador”, pero las presiones catalana y vasca desbarataron esta intención condenando así a la República al fracaso. En el caso de la necesaria reforma eclesiástica, se desatendió el momento preciso, a principios de la República, para consensuar las reformas, y más tarde solo fue posible avanzar en este sector contra la iglesia, lo que enfrento’ al poder civil con el eclesiástico.

—Para llegar al drama histórico de la Guerra Civil se requería una estructura dicotómica de la sociedad española, carente de una clase media y con una postura manifiestamente antidemocrática de la oligarquía. ¿Era inevitable ese conflicto por mínimas que fueran las reformas adoptadas por el primer gobierno republicano, o aun siendo mínimas al estamento reaccionario le parecieron excesivas?

—Según Ramos Oliveira, desde la Edad Moderna España no contaba con una burguesía, el país carecía de una clase media capaz de tomar en sus manos las riendas del Estado, lo que trajo como consecuencia el dominio de oligarquías gobernantes, sin otras miras que las de detentar el poder en exclusivo beneficio de sus particulares intereses materiales. Ramos Oliveira consideraba la Guerra Civil inevitable, pero no (por lo menos, no solo) porque las oligarquías del país no aceptaran las reformas comenzadas por la República, sino (ante todo) porque los políticos de la República no se atrevían a realizar la necesaria revolución que debería haber ido mucho más allá de las modestas reformas políticas, económicas, sociales, eclesiásticas, militares etc. Todas las reformas realizadas se movieron dentro de un marco legal; pero a más tardar desde comienzos de 1934, deberían haber sido, en opinión de Ramos, revolucionarias, cambiando fundamentalmente las estructuras del Estado.

—La República antepuso el problema clerical a la cuestión agraria, con la que perdió apoyo entre la clase media y ganó preterición entre la clase obrera. La cuestión clave, según el historiador, era eminentemente política: o la República aniquilaba la oligarquía o la oligarquía aniquilaba a la República. No había problema nacional que no admitiera más demora que el agrario-financiero. ¿Cree usted, con Oliveira, que al no solucionarlo la República estaba abocada al desastre final o esta hipótesis es demasiado reduccionista?

—Según Ramos, los políticos de la Segunda República prestaron una atención inusitada al problema eclesiástico (que consideraron, equivocadamente, el más importante de la República), cuando debían haberse ocupado ante todo de la reforma agraria. El historiador estaba convencido de que la mayor responsabilidad de la Guerra Civil se debía a la confianza en el parlamentarismo burgués. El régimen parlamentario era inadecuado para realizar las reformas necesarias para que España se salvara. La Guerra Civil solo se podría haber evitado si la República hubiera avanzado decididamente en su programa de reformas; pero al abortarse la revolución, insistía, su destino estaba irremediablemente decidido. Hubiera sido necesaria una dictadura proletaria para combatir la política “agrario-financiera”. Si bien muchas citas verbales de Ramos parecen adjudicar toda la responsabilidad de la Guerra Civil a la falta de solución del “problema clave” de la República, el agrario, hay muchas otras citas del autor que no corroboran la adjudicación de responsabilidades para el fracaso de la República al problema agrario de manera tan estricta y unidimensional como algunas veces lo parece. Repetidas veces, en su análisis el autor onubense era flexible en su argumentación, corrigiendo él mismo su supuesto exclusivismo argumentativo. Pero en términos generales, el miedo de las clases medias de llevar a cabo una “revolución” (absolutamente necesaria) fue una especie de leitmotiv interpretativo de Ramos Oliveira para toda la fase republicana.

España y sus problemas

Reseña de Un drama histórico incomparable. España 1808-1939 de Antonio Ramos Oliveira, por Ángel Vivas, en Leer, 283, junio 2017.

Cuidada edición, como son las de esta colección, de un libro tan desconocido como importante que encaja perfectamente en el admirable catálogo de obras históricas clásicas de esta editorial (Modesto Lafuente, Cánovas del Castillo, Amador de los Ríos, Conde de Toreno, Schulten, Obermaier…). Como corresponde al rescate tanto de un autor como de una obra poco o nada conocidos, el volumen incluye un necesario, amplio y minucioso ensayo introductorio a cargo de Walther L. Bernecker que sitúa perfectamente a Antonio Ramos Oliveira (1907-1973) en sus circunstancias. Hijo de un carpintero y una maestra, Ramos Oliveira fue un autodidacta que adquirió amplios conocimientos históricos como se percibe ya en sus tempranos artículos periodísticos. Militante socialista, se dedicó al periodismo y ocupó diversos cargos diplomáticos. Su obra más importante como historiador es una Historia de España en tres volúmenes. Este que ahora se presenta corresponde a la parte contemporánea de este libro, que recoge parte del segundo volumen y todo el tercero.

Escrito entre 1946 y 1950, el libro es claro hijo de su tiempo. Coetáneo de la polémica entre Claudio Sánchez-Albornoz y Américo Castro, Ramos Oliveira se muestra más cercano a las tesis de don Claudio, coincidiendo con él en enfatizar la importancia de la invasión musulmana y su influencia en el desarrollo posterior del país. Ese aspecto, que queda fuera de este volumen, está presente en una tesis central del libro, tesis que ha sido un lugar común durante mucho tiempo en la historiografía española: la falta de una clase media en España, el consiguiente fracaso de la revolución burguesa y el enfrentamiento sin intermediarios entre el pueblo y una oligarquía antidemocrática. Un aspecto importante de la forma de hacer historia de Ramos Oliveira, bien perceptible aquí, es la importancia concedida a los factores económicos. Ramos fue siempre un marxista, si bien, en los años del exilio a los que corresponde este trabajo, su marxismo era más académico que político, situándose en posiciones socialdemócratas. Tuñón de Lara elogió su “penetrante intento de comprender las estructuras económicas” y Jover destacó la búsqueda de “la fuera decisiva de unos grandes intereses”. Una visión centralista, muy crítica con los nacionalismos catalán y vasco, es otro elemento destacado. Con sus limitaciones y desfases, estamos ante un libro importante, de indudable valor histórico, entre otras cosas por tratarse, como dice Bernecker, de “la primera historia de España escrita con el materialismo histórico como guía metodológica”.

Gonzalo Pasamar y Roberto Ceamanos, en Historiografías, 13 (enero-junio, 2017): pp. 95-108.

1.- ¿Cómo llega al Hispanismo? ¿Qué había sido hasta entonces el Hispanismo alemán?

La respuesta a esta pregunta tiene varias vertientes. En primer lugar hay que especificar que en alemán por “Hispanismo” se entiende el estudio de la lengua y la literatura en castellano, mientras que en España se entiende por “Hispanismo” la investigación, el análisis y la docencia de la historia y la cultura españolas. En mi caso, se dan las dos acepciones del término “Hispanismo”, pues soy hispanista tanto en el sentido español como en el alemán. Como pasé mis años de infancia y juventud en el País Vasco, donde viví hasta haber concluido el bachillerato, esta experiencia vital así como los conocimientos adquiridos en el plano de la lengua, la historia y la cultura españolas fueron el trasfondo de mi posterior decisión de estudiar Filología Iberorrománica e Historia con la intención inicial de ser profesor de enseñanza media. Cuando concluí mis estudios de estas materias, a principios de los años setenta del siglo XX, ni la lengua española como lengua extranjera en los institutos de enseñanza media ni el Hispanismo científico en su vertiente universitaria jugaron un papel importante en Alemania. Apenas se enseñaba el español como lengua, y en las universidades era prácticamente imposible estudiar la historia de España, la política y cultura del país, pues casi no había profesores universitarios que impartieran clases sobre estas materias. Como en el momento de acabar mis estudios, me ofrecieron un puesto como profesor asociado en una Cátedra de Historia Contemporánea, abandoné mi plan de ser profesor de enseñanza media y tuve que buscar un tema apropiado para mi tesis doctoral.

Para mí, desde un principio estaba claro que sería un tema de la historia de España –y eso que ninguno de los dos directores de mi tesis era hispanista (uno era especialista en la historia de Alemania, y el otro en la historia de la Unión Soviética)–. Pero ambos aceptaron mi propuesta: escribir una tesis sobre las colectivizaciones (anarquistas, socialistas…) en la Guerra Civil española, un tema al que había llegado por la vía política. Formo parte de la “generación de 1968”, y en las muchas manifestaciones estudiantiles que hicimos en aquellos años, una y otra vez se hablaba de las colectivizaciones en territorio español como alternativa al sistema capitalista, tan criticado por el movimiento estudiantil. Se hablaba de estas colectivizaciones, pero casi nadie sabía algo sobre ellas (el boom historiográfico sobre este tema no llegaría hasta bien entrada la Transición.) La unión de mi conocimiento del español y de España con mi interés político, estaba pues en la base de mis inicios hispanísticos.

15018333673240852.- ¿Qué evolución ha experimentado el Hispanismo alemán en las últimas décadas?

También la respuesta a esta pregunta tiene que ser doble. Empezando con el hispanismo como estudio y enseñanza de la lengua y literatura españolas, se puede constatar que a partir de mediados de los años setenta, aproximadamente, hubo cambios sustanciales en la enseñanza de idiomas en Alemania. El canon tradicional de lenguas extranjeras era inglés y francés (esta última lengua, privilegiada por los Tratados del Elíseo entre Alemania y Francia del año 1962), y en los institutos “humanísticos” latín y griego. Pero desde los años setenta hubo múltiples reformas y una apertura en cuanto a lenguas extranjeras. El canon se relajó, el francés empezó a perder su anterior peso en los institutos, se introdujeron lenguas optativas (entre ellas el español), y la frecuencia del latín descendió considerablemente. En cuanto al español, el auge de esta lengua empezó todavía en los años setenta, para implementarse cada vez más en los años ochenta y noventa, pasando en muchos estados federados, los Länder alemanes, de ser la tercera lengua extranjera a ser la segunda (después del inglés) y en varios casos incluso la primera (como la enseñanza recae en la responsabilidad exclusiva de los Länder, hay grandes variaciones de un Land a otro). En términos generales, el último cuarto de siglo ha sido una época de un enorme incremento del español en prácticamente todos los niveles de la enseñanza. La demanda creció tan rápidamente, que durante años no hubo la oferta necesaria e incluso hubo que improvisar en la enseñanza del español. Desde entonces, demanda y oferta se han equilibrado.

En cuanto al Hispanismo como investigación sobre la historia y cultura de España, también esta variante del Hispanismo se ha modificado sustancialmente, si bien no de la misma manera que el Hispanismo “filológico”. En las universidades alemanas, hasta el día de hoy no existe ninguna cátedra de historia (o de ciencias sociales, de politología, de etnología, etc.) de España, si bien esta suerte la comparte España con muchos otros países. Pero sí hay toda una serie de cátedras de historia de América Latina, en las que los titulares de estas cátedras también trabajan sobre España e imparten docencia sobre este país ibérico. Quizá el profesor que más intensamente haya practicado esto en el último cuarto de siglo haya sido yo mismo, en las cátedras que he ocupado en Augsburgo, Berna (Suiza) y Erlangen-Nürnberg.

Asimismo, algunos profesores de historia “general” (antigua, medieval, moderna y contemporánea) trabajan e imparten docencia sobre España, muchos otros profesores dirigen también tesis sobre temas españoles (aunque no sean especialistas de España), y el interés científico se ha incrementado sensiblemente en las últimas décadas. Paralelamente, también ha aumentado el interés social, de un público no-universitario, sobre el país ibérico; se han publicado gran cantidad de libros de historia de España (con notable éxito de ventas) y se dan charlas sobre temas hispánicos que interesan al público en general. Como la Filología Iberorrománica atrae a gran cantidad de estudiantes que más tarde quieren ser profesores de español en un instituto de enseñanza media, a estos estudiantes hay que hacerles una oferta de clases sobre historia y cultura del país cuya lengua y literatura están estudiando, y esto conlleva que la oferta de clases de historia de España haya aumentado en las universidades alemanas.

Reflejo del crecimiento y de la expansión de estudios sobre España es la creación de varias series de monografías, dedicadas a los estudios hispánicos. Si se tiene en cuenta que no existe una institucionalización académica de la hispanística histórica en Alemania, la producción cuantitativa sobre hispanística histórica es considerable. Los temas tratados son variados, estando muchos de ellos íntimamente relacionados con los trends metodológicos de su época. Cuando primaba la historia social, se publicaron estudios sobre diversos aspectos socioeconómicos de los siglos XIX y XX. Como secuela del movimiento anti-autoritario, aparecieron estudios sobre el anarquismo español; y cuando en los años ochenta empezaron a estrecharse los lazos académicos de los historiadores con otras disciplinas universitarias, aparecieron estudios conjuntos trans e interdisciplinarios de historiadores, sociólogos y antropólogos sociales. Ultimamente, cuando se puede apreciar cierto decaimiento de la historia social y un auge de los estudios culturales y culturalistas, también en Alemania aparecen estudios de este tipo, relacionados con España. En términos generales, pues, la investigación sobre España sigue las pautas marcadas por los cambios de paradigma historiográficos.

3.- ¿Qué puede decirnos de la situación actual del Hispanismo alemán y de su futuro?

Como acabo de exponer en el punto anterior, el Hispanismo histórico alemán ha vivido considerables cambios en las últimas décadas. Si bien sigue sin estar institucionalizado formalmente, hoy en día se trabaja e investiga sobre España en muchas universidades alemanas y en diferentes disciplinas. También los estudios hispánicos están expuestos a la volatilidad política. El auge de estos estudios estuvo relacionado, sin duda alguna, con el cambio de imagen de España en Alemania. Durante el Romanticismo alemán, el país allende los Pirineos suscitó un prolongado interés entre los historiadores alemanes. En la primera mitad del siglo XX predominaba una postura neo-romántica y afirmativa de un pronunciado conservadurismo antimodernista y francófobo. A diferencia de Francia e Inglaterra, España gozó en Alemania durante la mayor parte del siglo XX de una imagen positiva, lo que en muchos casos llevó a la idealización de su cultura y a la proyección de imágenes enfrentadas a la civilización y al progreso. Después de la Segunda Guerra Mundial y antes de la expansión de los movimientos anti-autoritarios (especialmente en la fase conservadora de los años cincuenta), la idea que se tenía en Alemania de España –una idea íntimamente relacionada con la situación política de aquellos años– perpetuó, en cierta manera, la imagen tradicional de poetas y filósofos alemanes (imagen creada por los románticos hispanófilos desde Johann Gottfried Herder, pasando por August Wilhelm Schlegel hasta Rainer Maria Rilke). Una idea en muchos sentidos superidealizada y tópica, a veces rayana en la caricatura y en los estereotipos superlativos.

La situación cambiaría con el auge de los movimientos estudiantiles anti-autoritarios. En la segunda mitad de los años sesenta y en los setenta el enfoque dado a los estudios contemporaneistas sobre España fue mucho más crítico. Los temas se enfocaban más hacia la oposición y hacia aspectos alternativos a los tradicionales. Con el fin de la dictadura franquista y con la Transición se puede hablar de un verdadero boom de estudios históricos, politológicos o sociológicos sobra la España de aquellos años. Este gran interés no ha decaído todavía, pero existe el riesgo de que, debido a la “normalización” de España, pueda decaer algo, también porque el aliciente de escribir una tesis doctoral sobre España no es demasiado elevado, ya que el tema “España” no abre de par en par las puertas a una carrera universitaria en la disciplina histórica, que sigue prefiriendo y premiando la investigación de un tema de la historia del propio país alemán. Por eso es arriesgado pronosticar el futuro del hispanismo histórico en el país, independientemente de que el interés por España sigue siendo muy elevado en la Alemania del siglo XXI.

4.- ¿Cómo ve a los historiadores y a la historiografía española? ¿Qué opina del actual debate sobre la memoria histórica en España?

La mayoría de los historiadores españoles se ocupa de su propio país. Esto es normal y comprensible, y ocurre también en otros países. Pero al querer resaltar las peculiaridades de una historia nacional, es necesaria la visión comparativa. Solo sabiendo en qué aspectos el desarrollo histórico de un país es parecido a otro y en cuáles es diferente se puede reconocer la peculiaridad de un desarrollo específico. En este sector comparativo la historiografía española podría avanzar más, lo que exige, por otro lado, un buen conocimiento sobre los países con los que se van a realizar comparaciones, y para eso hay que adentrarse en la investigación histórica de sus respectivos pasados, conocer sus lenguas y culturas, vivir allí durante algún tiempo, etc. Por toda una serie de motivos, la historiografía española ha estado, hasta hace algún tiempo, muy encapsulada. Carece de suficiente internacionalización. Pero poco a poco las cosas están cambiando, y la generación nueva de historiadores jóvenes se parece cada vez más a sus pares en los demás países europeos.

Por otro lado hay que decir que los grandes debates teórico-metodológicos, que en cierta manera condicionan el debate histórico internacional, surgen y se desarrollan fuera de España, y solo después de haber sido asimilados por la comunidad internacional de historiadores, pasan a ser asumidos por la historiografía española. Esta es más bien receptiva a nivel teórico o conceptual (con alguna excepción, como en el caso de la historia de los nacionalismos), y no tanto innovadora. Esto se desprende de la más bien modesta presencia de historiadores españoles en los debates internacionales, de los que surgen ideas o paradigmas originales que modulan el debate histórico global.

En cuanto al debate sobre la memoria histórica en España –un debate importante y necesario–, resulta pertinente una comparación entre el caso alemán y el español, porque comparando los dos casos se perciben mejor las especificidades de cada caso. En esta cuestión, Alemania y España muestran más diferencias que similitudes. En primer lugar hay que resaltar que las guerras y las dictaduras que se conmemoran fueron completamente diferentes: en el caso español se trata de una guerra civil y de una longeva dictadura como resultado de esa misma guerra; en el caso alemán se trata de una guerra de agresión alemana frente a otros estados y de un régimen totalitario que al principio de la guerra ya estaba, y desde hacía años, firmemente establecido (había llegado al poder de forma por lo menos “semilegal”).

En ambos casos, si bien de manera harto diferente, pasó mucho tiempo hasta que eclosionó una investigación rigurosa sobre sendas guerras y sus regímenes correspondientes. En el caso alemán pasarían unos veinte años hasta que empezó dicha investigación. En el caso español, durante unos treinta y cinco años –es decir, durante toda la dictadura franquista– no hubo ocasión de llevar a cabo un debate abierto, y después de la muerte de Franco pasarían aproximadamente otros veinte años hasta que el país se ocupó rigurosa y sistemáticamente del tema. Las causas de esta nueva demora hay que buscarlas en el carácter civil de la guerra española y en el rechazo mutuo al reproche cruzado en una situación políticamente muy sensible, como fue la transición de la dictadura a la democracia, una época en la que encarar directamente el pasado violento habría conmovido demasiado a la sociedad española (poniendo en peligro además el éxito del proceso transitorio). Para ambos casos, tanto el alemán como el español, es válido decir que aparentemente se necesita que pase toda una generación para poder discutir abiertamente –tanto en el ámbito político como en el de la sociedad en general– los traumáticos temas de la guerra y la represión.

Para conseguir una visión de conjunto sobre los procesos de la memoria histórica en España y Alemania hay que tener en cuenta, además del factor de excepcionalidad de ambos hechos, las diferentes situaciones iniciales de ambos supuestos. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Alemania vivió una profunda catarsis impuesta por los vencedores, así como el surgimiento de una nueva identidad nacional, mientras que España vivió cuarenta años de dictadura en la que la verdad oficial careció de fisuras.

Tras la muerte del dictador, cuando parecía llegado el momento de recuperar la memoria histórica, el debate sobre la Guerra Civil fue aplazado, por lo menos en la política (no en la historiografía y la cultura escrita), para no comprometer el objetivo principal de una transición pacífica a un régimen democrático. Sin embargo, desde hace aproximadamente unos veinte años, las exhumaciones de fosas comunes, el sinnúmero de foros y debates públicos, la centralidad de actos y publicaciones sobre el tema de la memoria histórica parecen sugerir que ha llegado el momento para completar el debate ya iniciado entre historiadores y escritores.

Lo que distingue el caso español del resto de las dictaduras europeas, a la hora de recuperar la memoria histórica de la Guerra Civil y la represión franquista, es el hecho de que no fue una recuperación inmediata, sino que se fue abriendo paso –de forma más bien fragmentaria–, teniendo que esperar al final de la propia dictadura, de la Transición y de un cuarto de siglo ya democrático para manifestarse masivamente. El hecho diferencial español, en referencia al conjunto de Europa, es que la memoria no comenzó a desarrollarse hasta que la transición española no se había convertido en un objeto histórico de estudio e investigación. Fue en ese momento cuando se produjo la auténtica ruptura del consenso sobre la memoria social. Mientras que, en términos generales, el centro izquierda apostó por una estrategia de reconciliación, como una vuelta a la democracia destruida en 1936, el centro derecha intentó hacer tabula rasa con el pasado condenando la República y justificando el “alzamiento” de 1936. En esta postura no cabía ningún tipo de condena de la dictadura ni de la represión del franquismo.

El pasado, por definición, nunca es selectivo, porque las experiencias siempre conforman una totalidad que nos condiciona. Solo el abandono de la tentación de construir una memoria selectiva, sesgada, permite vivir con “normalidad”. Dicho de otra manera: no puede haber normalidad en Alemania sin el recuerdo activo de los años 1933-1945, sin el reconocimiento de los crímenes cometidos y sin la asunción de culpabilidad; y no puede haber normalidad en España sin el recuerdo activo de los años 1936-1939, sin el reconocimiento de los crímenes cometidos en la guerra (por ambos lados) y por los detentadores del poder después de 1939, y sin haber aclarado definitivamente el paradero, todavía desconocido, de las decenas de miles de asesinados. Como el Holocausto en Alemania, la Guerra Civil española y la dictadura franquista forman un pasado que no acaba de pasar, que ha producido y dejado heridas que aún están muy presentes en nuestras sociedades.

En este contexto se puede decir, reasumiendo las reflexiones presentadas más arriba, que los retos de futuro de la historiografía española residen en llegar a tomar parte desde un principio en debates teórico-metodológicos, comparativos y conceptuales, y no solo aplicar las nuevas tendencias y los nuevos enfoques al caso español. Con respecto al tema de la memoria histórica, aparte de seguir investigando el concreto caso español, son necesarios estudios comparativos con otros casos, pues este tipo de comparaciones ayuda a entender mejor el caso singular español. Pese a los grandes progresos en las últimas décadas en cuanto a la “apertura” de la historiografía española, la plena integración en el mundo de la historiografía global todavía no se ha logrado del todo.

5.- ¿Cree que los historiadores españoles han alcanzado un nivel equiparable a la historiografía internacional?

Indudablemente, la historiografía española ha hecho avances espectaculares a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas. Por lo general (con alguna lamentable restricción) el acceso a los archivos equivale a estándares internacionales, la formación de los historiadores profesionales es buena, la calidad de la producción (de esta “transición historiográfica”) comparable a la de otras naciones. Debido a la tardía integración de España en el círculo de la historiografía rigurosa y profesional –en el fondo, solo después de la muerte de Franco– existen (como se ha expuesto más arriba) algunas lagunas teórico-metodológicas y en el sector comparativo, pero también aquí la situación está cambiando en sentido positivo. Ahora bien: los grandes debates se siguen realizando entre Europa Occidental/Central y los Estados Unidos, donde los profesionales tienen una tradición más larga de trabajo específico y mayores medios materiales. Por cierto: las restricciones presupuestarias en España no auguran que las condiciones-marco para una investigación de excelencia, ante todo sobre temas no-españoles, mejoren a corto plazo. Muy al contrario: los duros recortes en investigación promovidos por los gobiernos (central y autonómicos) desde el estallido de la crisis en 2008 no solo han impedido una muy necesaria renovación de las plantillas docentes e investigadoras, sino que además toda una generación de historiadores muy bien formada y crecientemente competitiva a nivel internacional, se ha enfrentado a la precariedad.

6.- ¿Tiene alguna opinión sobre la “cuestión catalana” y el uso público de la historia vinculado a este tema?

La “cuestión catalana” que se viene discutiendo desde hace mucho, pero muy especialmente (en su vertiente independentista) desde hace un lustro, es un ejemplo por excelencia para mostrar el “uso público” o “político” de la historia. Desde que el nacionalismo moderado catalán se radicalizó entrando por una senda secesionista –por motivos que no viene al caso discutir aquí–, hace uso de la historia, tanto de la catalana propiamente dicha como de las relaciones históricas entre Cataluña y el resto de España, para usarla como justificación histórica de su actual postura política frente al Estado español. Fue Jürgen Habermas uno de los primeros en señalar la necesidad de hacer un “uso público” de la historia, pero solo con la intención de llevar el conocimiento de la realidad histórica más allá de los círculos compactos de los historiadores profesionales. No hay duda de que a través de un complejo destilado de ideas y percepciones la representación histórica del pasado afecta a nuestras vidas, atraviesa nuestra conciencia, moldea nuestras percepciones y hace germinar expectativas de futuro. Pero por otro lado, también es susceptible de ser manipulada para fundamentar percepciones del pasado con las que se defienden posturas políticas del presente.

La “cuestión catalana” es un ejemplo paradigmático para verificar esta afirmación: si los catalanistas empedernidos hablan de independencia y libertades históricas, los defensores de la unidad de España tienen una visión bien diferente del pasado de las relaciones recíprocas. Así, cuando los apologetas de la tesis “España nos roba” resaltan que las relaciones económicas siempre han sido en detrimento del desarrollo catalán, muchos otros economistas presentan cálculos diferentes que supuestamente demuestran que Cataluña ha sacado provecho de su pertenencia a España durante los últimos tres siglos. Para ello resaltan cómo la reforma fiscal después de 1714 puso las bases del crecimiento económico catalán en el siglo XVIII, que la política comercial proteccionista del siglo XIX benefició a empresarios de la industria textil catalana a costa de otros productores y de los consumidores españoles en su conjunto, y que la política industrial de los años sesenta del siglo XX favoreció a Cataluña.

Todas las interpretaciones, por muy distintas que sean, pretenden ofrecer una visión “objetiva”. Pero estas diferentes representaciones históricas del pasado son parte de la construcción de una esfera pública en cuyo seno hay representantes con visiones claramente opuestas. En uno de sus libros, el historiador Santos Juliá ha escrito –correctamente– que ninguna representación del pasado es inocente. También es cierto que la representación del pasado cambia a medida que se transforma la experiencia del presente. Y José Alvarez Junco mantiene en su reciente libro Dioses útiles. Naciones y nacionalismos, que el nacionalismo es una doctrina muy rentable para los gobernantes, que manejan los mitos con gran destreza para sustentar sus reivindicaciones.

El tricentenario de 1714 ha constituido una sensacional exhibición de imaginación política en la construcción del relato histórico hispano-catalán (en el sentido de invención de la tradición, como lo explicó Eric Hobsbawm). Los argumentos históricos de los últimos años han servido (y siguen sirviendo) para exhibir una continuidad del sujeto político catalán y reivindicar la restauración de supuestas libertades y derechos anulados. La Cataluña independiente que se dibuja frente a la España en crisis, de democracia defectuosa y con fuertes reminiscencias franquistas, es atractiva porque aparece como una nación ejemplar y democrática, fruto de un nacionalismo cívico, que considera agotados los caminos para incluirse en España y que ahora se plantea como única salida la creación de su Estado propio.

Esta idea es muy reciente, porque hasta hace poco los políticos nacionalistas catalanes insistían en la versión de la doble pertenencia de los catalanes a España y Cataluña. Resaltaban, con buenos argumentos, el papel positivo ejercido por Cataluña en el rumbo que siguió la Transición a la democracia y la construcción del Estado de las Autonomías. Sin exageración se puede decir que la España política actual se debe en gran parte a la intervención activa de catalanes en la política de Madrid, tanto que el gobierno catalán se convirtió en socio privilegiado de los diferentes gobiernos españoles hasta finalizada la primera década del siglo XXI.

No se trata aquí de relatar el sinfín de desencuentros entre Barcelona y Madrid a lo largo de los últimos años. Solo es importante resaltar que lo que hoy los catalanistas empedernidos presentan como la única solución posible –un Estado catalán independiente–, no es una solución tan única como la están presentando, sino un discurso fabricado a base de un nacionalismo identitario que –por lo menos desde Alemania– resulta un fenómeno difícil de entender en pleno siglo XXI.

7.- ¿Qué es lo que le ha atraído de la historia de Latinoamérica para interesarse por ella?

También la respuesta a esta pregunta tiene dos vertientes: una personal y emocional, y otra profesional y estratégica. Empezando por la vertiente personal y emocional desde joven me he interesado por América Latina, por motivaciones pre y extracientíficas, orientadas hacia las culturas prehispánicas. El primer “viaje largo” de mi vida fue, muy de joven todavía, a México y Centroamérica. A esta motivación siguió otra, ésta más bien política: formo parte de la generación estudiantil de 1968, entusiasmada algo ingenuamente, por lo que creíamos entonces que eran las “revoluciones” latinoamericanas, con sus movimientos guerrilleros y la visión de un mundo tan diferente al nuestro (que al fin y al cabo nos parecía muy criticable). Y la tercera motivación, no menos fuerte que las otras dos, fue cultural. Justo cuando empecé a estudiar filología iberorrománica, se dio el fenómeno espectacular del boom de la literatura latinoamericana, y como sabía español, tenía condiciones ventajosas y privilegiadas de poder leer en su versión original esta literatura que tanto nos conmocionaba.

En este contexto en el que se daban toda una serie de motivos importantes para interesarme por América Latina, tuve la necesidad de tomar una importante decisión profesional-estratégica. Si uno aspira, en Alemania, a obtener una plaza de profesor / catedrático universitario, tiene que escribir una segunda tesis, llamada tesis de “habilitación”, que es decisiva cuando uno se postula más tarde para una plaza universitaria de profesor. Y con esto llego a la segunda vertiente, la profesional y estratégica. En teoría podría haberme decidido por cualquier tema (y la inmensa mayoría de los historiadores alemanes se deciden por un tema de la historia nacional, pues es el sector que más plazas ofrece y donde las posibilidades de obtener una plaza son mayores, si bien el número de aspirantes es también correlativo), pero en vista de mis inclinaciones hispanófilas y mis preferencias hacia lo latinoamericano para mí estaba claro que iba a decidirme por un tema sobre América Latina. Y como la tesis de habilitación tiene que diferenciarse de la tesis doctoral tanto en el país / área examinado como en la época investigada y en el enfoque investigador, elegí un país, México, diferente al de la tesis doctoral, España; una época, el siglo XIX, diferente también a la de la tesis doctoral (siglo XX español); y un enfoque, el de historia comercial y diplomática, diferente al de la tesis doctoral, que era político y económico-social. El tema definitivo de mi tesis de habilitación también estaba influenciado por las teorías ampliamente discutidas en aquella época, concretamente las teorías de la dependencia. El tema eran las relaciones comerciales entre México y Europa (con especial hincapié en Gran Bretaña, Francia, Alemania y España) y la pregunta: de qué manera se insertó México en el mercado “mundial” en el siglo XIX, un tema verdaderamente apasionante para cuya elaboración consulté una veintena de archivos en Europa y las Américas. Los resultados a estas preguntas los he presentado en toda una serie de publicaciones, tanto en alemán como en español.

8.- ¿Qué opina del reciente “giro conservador” en el subcontinente latinoamericano?

La historia de América Latina se ha desarrollado, ante todo después de la Segunda Guerra Mundial, en ciclos político-económicos que reflejan la búsqueda en el subcontinente de una vía de desarrollo para sus Estados y sociedades. Desde los años treinta del siglo XX primaba, en términos generales y con alguna excepción, el modelo económico proteccionista de “industrialización por sustitución de importaciones” (ISI), con regímenes democráticos y (a partir de los años sesenta) autoritario-dictatoriales. Después de agotado este modelo –en algunos casos ya en los años setenta, pero definitivamente en 1982 con la crisis de la deuda– los países volvieron a la democracia política y, en el sector económico, a un modelo más “abierto” y librecambista, que se institucionalizó definitivamente con el “Washington Consensus” de 1990. El problema fue la coincidencia de una liberalización política con un sistema económico liberal en una fase del desarrollo de América Latina en la que los precios de las materias primas –los productos de mayor importancia para la exportación– tendían a la baja. Como el desarrollo económico no era satisfactorio y los problemas económico-sociales aumentaron, se echó la culpa de este mal desarrollo a los nuevos regímenes democráticos, aparentemente incapaces de generar el necesario crecimiento económico que permitiera aumentar las capacidades estatales de redistribución. De ahí se explica el surgimiento de regímenes populistas de izquierda que ofrecían una “alternativa” económica capaz de reducir las discrepancias sociales en los diferentes países. Y como el comienzo de esta “ola” izquierdista coincidió con un ciclo-boom de los precios de materias primas, los nuevos regímenes se vieron en la agradable y ventajosa situación de obtener muy elevados ingresos, con los que lograron una mejora sustancial de la situación social en muchos países del subcontinente.

Desde hace unos años, también este ciclo llegó a su fin, especialmente por dos motivos. El primero y más importante fue el cambio de tendencia de los precios que el mercado mundial estaba dispuesto a pagar por las materias primas latinoamericanas. Los precios (ante todo los del crudo y los de ciertos minerales de la región) volvieron a caer. Los fáciles ingresos estatales llegaron a su fin, y con ello acabó también la política de distribución generosa de favores sociales entre los más necesitados. Y el segundo motivo fueron las tendencias cada vez más autoritarias de varios presidentes izquierdistas que trataron de perpetuarse en el poder, con métodos más y más autoritarios y brutales de cara a la oposición. El fin de la bonanza económica, el creciente autoritarismo de los gobernantes y la galopante corrupción, generalizada en la clase política latinoamericana y cada vez más obvia, llevaron a un incremento del descontento popular y tuvieron por consecuencia electoral la pérdida del poder por parte de los gobernantes izquierdistas y el regreso de los conservador-liberales al poder. Claro que cada caso es diferente del otro, pero tienen en común que se desarrollaron y desarrollan en forma cíclica entre autoritarismo y liberalismo, en el sector político, y entre el proteccionismo y el librecambismo, en lo económico.

Lo decepcionante del caso latinoamericano es que a pesar de muchos avances en distintos órdenes, el subcontinente todavía no ha encontrado –independientemente del respectivo régimen de cada país– la fórmula para un desarrollo sustentable. Esto se puede mostrar muy bien con el ejemplo del último ciclo izquierdista que está tocando a su fin: a pesar de enormes ingresos en esta fase, los diferentes gobiernos no han utilizado la bonanza económica para reformas estructurales de la economía, sino que han vuelto a profundizar en el “neo-extractivismo”; es decir insistiendo en el modelo ya clásico del subcontinente de exportar materia prima e importar productos elaborados. Está bien que se hayan usado los enormes ingresos de la última década para invertir en programas sociales, pero la mejora parece haber sido pasajera, pues como indican las más recientes cifras macrosociales, la pobreza (que ha sido reducida drásticamente en la primera década del siglo XXI) ya vuelve a aumentar en el subcontinente. Y las primeras medidas económicas de los nuevos gobiernos conservadores y neoliberales tampoco permiten reconocer cambios estrucurales en el sector económico. Por eso no sería de extrañar si dentro de unos años América Latina volviera a cambiar nuevamente de ciclo.

9.- La historiografía alemana se ha caracterizado por sus peculiaridades. ¿Cree que todavía conserva algunas?

Desde sus comienzos en el siglo XIX, las ciencias históricas en Alemania han tenido como objeto preferido de investigación la historia de su propio país, resaltando además unilateralmente el Estado como instancia decisiva que constituye la Historia. Era un concepto histórico que admiraba el Estado autoritario; por lo tanto, durante mucho tiempo la historiografía alemana tuvo serios problemas a la hora de desarrollar un potencial crítico frente a las tendencias no-democráticas y autoritarias. Este fenómeno cambiaría lentamente después de la Segunda Guerra Mundial, si bien durante algún tiempo siguió prevaleciendo la tradición historicista y conservadora, tanto metodológica como políticamente. La historiografía en su totalidad estuvo marcada, en sus inicios postbélicos, por una clara continuidad que se evidenciaba en un panorama plagado de complicidades y silencios, dominado por el deseo de ignorar o esquivar el pasado reciente.

La nueva historiografía se desarrolló necesariamente sobre el trasfondo de la experiencia negativa del nacionalsocialismo. Poco a poco los historiadores se distanciaron del historicismo decimonónico y se dedicaron a una subdisciplina histórica nueva: la historia del tiempo presente (Zeitgeschichte). Hans Rothfels propuso como fecha clave para la historia del tiempo presente el año 1917, cuando en Rusia tuvo lugar la Revolución de Octubre y los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial. En aquel año dio comienzo tanto la unidad global como la división bipolar del mundo. Para el caso alemán, uno de los primeros objetos de investigación fue la revolución de 1918/19 e, íntimamente relacionada con ella, la disolución de la República de Weimar. Desde el reinicio de la historiografía alemana después de 1945 hasta hoy, la investigación de la historia del tiempo presente –básicamente la historia del siglo XX– ha experimentado muchos cambios: los proyectos de las nuevas generaciones tratan ya de las últimas décadas del siglo XX, y en el caso de la extinta República Democrática Alemana, llegan hasta la caída del Muro de Berlín. En muchos casos no se puede distinguir –ni temáticamente ni en cuanto a las fuentes o al enfoque metodológico utilizado– entre historiadores, politólogos o sociólogos. Se podrían diferenciar eso sí tres generaciones de historiadores: una que sigue ocupándose de la época anterior a la Segunda Guerra Mundial; otra que investiga la “antigua” República Federal hasta 1990; y una tercera que se interesa por la República Democrática Alemana y la Alemania re-unificada. El período investigado por estas tres “generaciones” es el siglo XX en su totalidad, con ampliaciones programáticas y disciplinares hacia la historia cultural o de gender, o bien como una historia de las relaciones entre la Alemania dividida o, en último lugar, como una historia transnacional comparativa.

La intención perseguida por los contemporaneistas alemanes después de 1945 fue, en un principio –y a diferencia de las fases anteriores–, no tanto científica cuanto moral o moralizante, ya que se trataba de enjuiciar los crímenes del Tercer Reich. El carácter moral del enjuiciamiento del nacionalsocialismo desembocó en pedagogía política: la crítica moral y la función política se complementaron con la intención de educar al pueblo alemán en el sentido de la democracia, y formaron una de las nuevas características de los comienzos de la historiografía postbélica. La consecuencia científica de este interés moralizante fue que el objeto de investigación seguiría siendo, durante décadas, el Tercer Reich y el problema de la continuidad en la historia alemana. Pero a lo largo de los años la historiografía se emancipó de las premisas programáticas establecidas en la postguerra. O más bien lo que se puede observar es una asombrosa pluralización en las cuestiones y perspectivas que no pueden resumirse en un único epígrafe.

Esta nueva historiografía contemporaneista y del tiempo presente ha tenido y sigue teniendo importancia paradigmática tanto para la historiografía alemana en general como para la constitución política y cultural de la República Federal en particular, ya que lo específico de la historia del tiempo presente consiste en que se constituyó a la sombra de y en un continuado debate con la época del Tercer Reich (sin olvidar que las “lecciones del pasado” caracterizaron profundamente la cultura política alemana de la postguerra). En este sentido, la historiografía alemana de las últimas décadas fue el intento de historizar el pasado más reciente con todos sus recuerdos individuales y colectivos, para ganar a través de esta historia un futuro nuevo. Además, en el contexto de esta labor histórica se constituyó una nueva historiografía republicana. Si bien esta historiografía pudo recurrir a muchos ejemplos anteriores, por otro lado preparó el camino para una formación nueva de nuestros conocimientos históricos, de nuestros juicios de valor, e incluso de las periodizaciones hasta entonces utilizadas.

El nuevo paradigma historiográfico surgió en una situación histórica específica del trato individual y colectivo de lo que en los años cincuenta se había llamado “el derrumbe” o “la gran catástrofe”. Surgieron serias dudas con respecto al antiguo paradigma del Estado-nación, y estas dudas hicieron posible que se desarrollara una nueva historiografía “del tiempo presente”, cuyos representantes se alinearon desde un principio junto al nuevo Estado republicano. A principios de los años sesenta se estableció un nuevo paradigma como opción republicana de futuro, un paradigma que no se orientaba en la derrota del año 1945 sino en la cesura del año 1933, es decir, en el fracaso del sistema democrático.

La tónica general de las interpretaciones de los años cincuenta había sostenido que la historia del Tercer Reich debía contemplarse como una anomalía, un “accidente”, en el transcurso de la historia alemana. Los historiadores se distanciaban claramente del inmediato pasado del país –independientemente de todo tipo de apologías y de defensa de posiciones científicas tradicionales–. Pero al mismo tiempo, categorías básicas del pensamiento histórico se hicieron cada vez más dudosas: se hablaba de la “crisis del historicismo”, se problematizaron conceptos clásicos como Estado y nación, y también se puso en duda la tradicional equiparación de nación y pueblo. El reto fundamental consistía en adecuar la historia nacional alemana a las condiciones del nuevo Estado parcial occidental. Era la historia de la nueva auto-ubicación alemana en una comunidad occidental. También era el intento de reconciliación de un Estado de poder con una República sin pretensiones de poder político. La teoría del totalitarismo delimitaba la República Federal de Alemania claramente tanto del régimen nacionalsocialista como del Estado parcial oriental, la República Democrática Alemana.

Pronto cambiarían las interpretaciones y periodizaciones del pasado inmediato. Si a partir de los años sesenta se hablaba de “catástrofe alemana”, este término ya no se refería a 1945, sino a 1933; este año se convirtió en el eje central de las investigaciones históricas sobre el siglo XX, pues describía la lucha entre democracia y dictadura. Esta conceptualización de la historia estructuró la investigación sobre la República de Weimar, pues todas las preguntas relacionadas con la primera democracia alemana estaban subordinadas a la pregunta sobre las causas de su fracaso. Se puede hablar de una reconceptualización de la historia alemana con importantes consecuencias, que encajaban bien en el “cambio de paradigma” efectuado en esa década.

La ruptura radical con muchas tradiciones de la historiografía alemana tuvo lugar cuando Fritz Fischer publicó sus investigaciones sobre las causas de la Primera Guerra Mundial, así como sobre las metas expansionistas perseguidas por Alemania en esa guerra. Con una tesis que defendía que el gobierno del Imperio alemán había preparado con anterioridad a 1914 una guerra ofensiva con la intención de llegar a ser potencia mundial, Fischer deshizo una serie de tabúes existentes entre los historiadores alemanes, ya que la política alemana desde Bismarck aparecía como una mezcla de nacionalismo, militarismo y política exterior agresiva, es decir, como la directa prehistoria del nacionalsocialismo. En cierta manera puede decirse que la polémica surgida entre los historiadores alemanes en torno a la responsabilidad germana con respecto al estallido de la Primera Guerra Mundial fue el final de la historiografía tradicional de historia política nacional. De entonces en adelante se llegaría a una revisión fundamental de las tradiciones historiográficas alemanas: las raíces del desastre de 1933 se buscarían en las peculiaridades de la tradición política alemana desde comienzos del siglo XIX. Toda la historia moderna alemana fue sometida a un análisis crítico y a re-interpretaciones fundamentales tratando de explicar, en primer lugar, los obstáculos que impedían o por lo menos dificultaban una democratización profunda del Estado y de la sociedad en Alemania.

La historiografía que surgió en el contexto de aquellos debates no era un renacimiento de la antigua historiografía historicista. Ahora, los historiadores reivindicaban interdisciplinaridad y una ampliación del paradigma tradicional político-estatal. Este desarrollo se intensificó aún más con el avance y la incorporación de las ciencias sociales anglosajonas y la extensión de enfoques estructuralistas. El ímpetu esclarecedor y decididamente republicano en la historiografía de aquellas décadas era obvio. Había que sacar lecciones del fracaso de la República de Weimar para la República de Bonn. El amplio horizonte metodológico y la orientación hacia valores de libertad que adoptó la historiografía alemana tras la Segunda Guerra Mundial fueron aspectos centrales para el auto-examen político de la segunda democracia alemana de posguerra.

En las últimas décadas, la importancia pública de la historiografía sobre la Alemania actual ha seguido aumentando; el gran número de monografías sobre la Alemania de hoy se esfuerza por presentar a la República Federal reunificada como una democracia “normal”, sin prescindir naturalmente de la indicación, políticamente correcta y necesaria, de que el país siempre debe considerar su específico peso del pasado.

Perfil

Walther L. Bernecker es un hispanista alemán de gran reconocimiento académico, cuya obra cubre aspectos muy variados de la historia hispanoamericana y alemana de los siglos XIX y XX. Ha sido titular de distintas cátedras europeas y americanas (Augsburgo, UNAM-Colegio de México y Chicago, entre otras). Entre los años 1998 y 2001 fue Decano de la Facultad de Economía y Ciencias Sociales, así como Catedrático de Historia Contemporánea en Berna (1992-2014) y Catedrático de Cultura y Civilización de los Países de Lenguas Románicas en la Universidad Erlangen-Nuremberg. Algunas de sus obras principales son: España entre tradición y modernidad: política, economía, sociedad (siglos XIX y XX) (Madrid: Siglo XXI, 1999); Alemania y México en el siglo XIX (México, D.F.: Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005) y España del consenso a la polarización: cambios en la democracia española (Madrid: Iberoamericana, 2007).

Reseña de Carlos V de L.P. Gachard y de La Banca en España hasta 1782 de F. Ruiz Martín, por Rocío Martínez López, publicada en Tiempos modernos, 34 (2017/1), 526-531.

Estamos subidos a hombros de gigantes. Esta sentencia no deja de ser cierta por estar muy repetida. De hecho, es especialmente relevante en el caso de los historiadores, quienes continuamente nos apoyamos en numerosas investigaciones realizadas por otros expertos a la hora de avanzar en nuestros respectivos campos de estudio. Sin ir más lejos, la consulta de las obras de historiadores clave tales como Gabriel Maura Gamazo, José Antonio Maravall, Antonio Domínguez Ortiz, Antonio Cánovas del Castillo o Emilio Castelar, por citar sólo unos pocos, continua siendo totalmente capital para los estudiosos relacionados con los temas principales que trataron.
Sin embargo, pese a dicha necesidad, el acceso a las obras de muchos historiadores clásicos no es siempre sencillo, especialmente fuera de bibliotecas muy especializadas. Muchas de ellas, publicadas hace décadas, tuvieron una difusión limitada, nunca han sido reeditadas y, en ocasiones, su tirada original fue tan corta que es prácticamente imposible obtener un ejemplar a un precio asequible. Si, además, la obra en cuestión que se está intentando adquirir no se encuentra entre las más conocidas o las principales tesis que exponía ya han sido superadas, llegar a obtenerlas incluso en bibliotecas universitarias puede ser prácticamente imposible. Estos problemas de acceso no solo suponen un importante hándicap para los historiadores, sino que también limitan enormemente el conocimiento general de estos autores y obras, tanto por partede expertos en diversas áreas de la Historia como de otro tipo de público potencialmente interesado. Las dos obras de las que vamos a hablar brevemente en esta reseña son un ejemplo de ello. La obra de Louis-Prosper Gachard “Carlos V” no fue publicada como una biografía exenta, sino que era la voz dedicada a este monarca en el tomo III del diccionario biográfico belga “Biographie Nationale publiée par l’Académie Royale des Sciences, des Lettres et des Beaux- Arts de Belgique”, que vio la luz en 1872. Como consecuencia de ello, su difusión fue limitada y resultaba enormemente difícil acceder a esta obra en un pasado no demasiado lejano. Por su parte, en el estudio preliminar de la obra de Felipe Ruiz Martín “La banca en España hasta 1782”, Carmen Sanz Ayán cuenta al lector en primera persona los problemas que se experimentaban para adquirir esta obra apenas una década después de su publicación original. Así, ella nos habla de la primera vez que leyó esta obra, admitiendo que el tomo en el que se incluía tuvo una mala difusión y que los estudiantes se veían obligados a leerlo a través de fotocopias, una anécdota de lo más reveladora en lo que respecta a las dificultades de acceso que señalábamos que experimentaron algunas de las obras que aquí se editan.
Es en este sentido, la labor que realiza Urgoiti editores es enormemente relevante dentro del ámbito de la Historia. Esta editorial, fundada en el año 2000 y compuesta en su mayoría por historiadores, se ha dedicado a publicar reediciones críticas de estudios históricos clásicos desde la Ilustración hasta el siglo XX. Sus publicaciones se engloban principalmente dentro de sus dos colecciones insignia: “Grandes Obras”, donde se presentan trabajos que han supuesto un verdadero antes y después en el estudio del periodo, disciplina o especialidad en la que se engloban; e “Historiadores”, donde se publican trabajos vinculados a los principales investigadores de la historiografía española, aunque no se puedan considerar sus obras magnas o más conocidas. En el momento en el que se redactan estas líneas, la editorial ha publicado veintitrés libros dentro de su colección “Grandes Obras” y veintisiete en su colección “Historiadores”. Como ellos mismos han declarado, la editorial realizó una primera selección de ciento cincuenta historiadores y cincuenta grandes obras de la historiografía española, por lo que todavía tienen un largo camino por recorrer.
Además de volver a poner en circulación a un precio asequible grandes obras de la historiografía española, creo que son dos los méritos principales que presentan estas ediciones. La primera y principal es la inclusión de cuidados estudios introductorios vinculados a las obras que editan. A diferencia de otros casos, donde apenas se presentan introducciones muy limitadas antes de pasar a la edición propiamente dicha, los estudios preliminares que acompañan a las reediciones de Urgoiti son trabajos originales que suelen superar con holgura las cien páginas. Además, suelen estar realizados por algunos de los mayores expertos en el periodo y la disciplina en los que se engloba la obra editada, en el autor que la escribió o en la época en cuyo contexto se escribió y se publicó por primera vez. Por ejemplo, el estudio preliminar que acompaña a la edición de la obra de Felipe Ruiz Martín “La banca en España hasta 1782” ha sido realizado por la ya mencionada profesora de la universidad Complutense de Madrid Carmen Sanz Ayán, que ha sido galardonada recientemente con el Premio Nacional de Historia por su trabajo titulado “Los banqueros y la crisis de la Monarquía Hispánica de 1640”, al mismo tiempo que ha publicado multitud de estudios vinculados a este mismo ámbito y periodo cronológico. En la misma línea, el estudio preliminar de la edición de la obra de Jaume Vicens Vives titulada “Juan II de Aragón (1398-1479): monarquía y revolución en la España del siglo XV” está realizado por dos expertos: Paul H. Freedman, profesor de la universidad de Yale y especialista en la historia medieval de Cataluña, y Josep María Muñoz i Lloret, estudioso de la figura de Vicens Vives, a quien dedicó una biografía en 1997 titulada “Jaume Vicens i Vives (1910-1960): una biografía intelectual”. Por citar un último ejemplo, la reedición del libro “Felipe III”, de Ciriaco Pérez- Bustamante, viene acompañada de un estudio preliminar a cargo de Miguel Ángel Ruiz Carnicer, que no es un experto en reinado del mencionado monarca, sino en la dimensión intelectual y cultural de la época franquista en cuyo contexto la obra salió a la luz en 1950, con publicaciones como “La España de Franco (1939-1975): cultura y vida cotidiana”. Estos cuidados estudios introductorios, que en su mayoría podrían constituir publicaciones independientes de relevancia, resultan de enorme interés, pues proporcionan al lector una serie de valores añadidos que nunca podrían adquirir sólo con la mera lectura de la obra clásica. En particular, dichos estudios introductorios explican tanto a lectores especializados como a principiantes, cómo influyeron las obras presentadas en la historiografía española, cómo han avanzado las investigaciones vinculadas a su especialidad desde su publicación y cómo influyó el decisivo contexto social, intelectual y cultural en el que la obra reeditada se encuadra en su creación.
En segundo lugar, también destaca el hecho de que la editorial no se centra en un periodo cronológico concreto a la hora de elegir las obras que publica. A diferencia de otros casos, en los que, cuando se permite la reedición de obras, estas se vinculan al estudio de un periodo muy determinado, las dos colecciones mencionadas no presentan tales restricciones. Del número de libros editados hasta la fecha antes mencionado, aunque varios se podrían incluir dentro de diversas categorías, se ha calculado someramente que nueve de ellos son obras vinculadas al ámbito de la teoría de la historiografía o a una historia general; cinco, al de la literatura; cuatro de ellas, al de la Arqueología y la Prehistoria; tres, al de la edad Antigua; nueve, al de la Edad Media; ocho, al de la Edad Moderna y, finalmente, otras nueve al de la edad Contemporánea. Los títulos cuya publicación la editorial ya ha anunciado para un futuro inmediato también siguen este deseo de presentar trabajos e historiadores básicos de la historiografía española sin limitarse únicamente a una disciplina temporal. A esto se une que no se limita tampoco a estudiosos españoles tanto a la hora de elegir obras para su reedición como para presentar los estudios introductorios. Obras cumbre relacionadas con la historiografía española escritas por extranjeros también están presentes en sus colecciones, como es el caso del “Carlos V”, de Gachard. Por citar otros casos, también se ha reeditado la obra de Adolf Schulten “Historia de Numancia” o la de Prescott “Vida de Carlos V tras su abdicación”, de forma que, aunque los historiadores españoles continúan teniendo una presencia mayoritaria entre sus reediciones, queda patente que no se deja de lado a aquellos investigadores de otras nacionalidades cuyas contribuciones fueron absolutamente vitales para sus nichos de investigación.
La colección presenta otras virtudes además de las dos principales que he mencionado en los párrafos anteriores. Otra que merece la pena resaltar sería el respeto que muestran por los textos originales. Como historiadores, somos muy conscientes de la importancia vital que tiene en una publicación la fidelidad prestada al texto original, ya sea impreso como de origen archivístico, a la hora de sacar conclusiones adecuadas para nuestros respectivos trabajos.
Muchas ediciones que no tienen este extremo demasiado en cuenta no indican los cambios que se han realizado en el texto original a la hora de llevar a cabo la edición o dónde han introducido información adicional que el autor primigenio no presentó, por lo que el lector corre el riesgo de llegar a una conclusión errónea en algún punto del mismo. Esto no ocurre en las ediciones de Urgoiti, que se ven precedidas en todos sus volúmenes por dos o tres páginas que, bajo el título de “Nuestra edición”, se especifican los cambios que se han introducido en el texto presentado. En la mencionada edición del “Carlos V”, de Gachard, por ejemplo, se especifica que se ha dividido la obra en capítulos para mejorar su lectura, dado que era una voz en un diccionario en el que todo el texto era continuado. Asimismo, en la mencionada publicación, todos los añadidos se presentan debidamente indicados e incluso se indica por qué se ha preferido dejar algunos términos sin traducir. En este sentido, las traducciones que aparecen de obras escritas originariamente en idiomas diferentes al castellano son muy cuidadas e incluso la colección presenta alguna edición bilingüe para mayor exactitud. Una buena muestra de estos ejemplos son
su edición bilingüe de la obra clásica de Antoni Rovira i Virgili “Els corrents ideològic de la Renaixença catalana”, presentada tanto en castellano como en su original catalán, o la traducción varias veces mencionada del “Carlos V”, de Louis-Prosper Gachard, desde su francés. De hecho, es precisamente esta última obra, junto con la reedición de la ya también mencionada obra de Felipe Ruiz Martín “La banca en España hasta 1782” las que vamos a analizar brevemente como muestra de las ediciones realizadas por Urgoiti.
CAMBISTA-Y-SU-MUJERLa elección de la obra de Gachard por parte de la editorial para formar parte de su colección me parece enormemente acertada. Historiográficamente, el peso de la obra de Gachard es indiscutible, no solo en el caso presente, sino también respecto a otras de sus publicaciones, que aparecen en la bibliografía completa de sus trabajos que se presenta al final del estudio introductorio escrito por Gustaaf Janssens. En el caso del presente trabajo, destaca el hecho de que, pese a haber sido un trabajo loado por diversos especialistas en el reinado de este monarca en el pasado, nunca había sido traducido al castellano con anterioridad ni tampoco editado de forma ajena al tomo en el que había sido publicado como mera voz, por lo que esta reedición supone un avance notable en términos de accesibilidad, facilidad de consulta y difusión para esta obra clásica sobre el gobierno de Carlos V. Su estudio preliminar de Gustaaf Janssens, profesor de archivística de la Universidad Católica de Lovaina, no desmerece de la importancia de la obra editada. El profesor Janssens, en su estudio preliminar de ciento doce páginas (incluyendo la bibliografía completa de Gachard, así como la que él ha utilizado), nos ofrece una cuidada biografía del propio Gachard, mostrándonos desde su impresionante trabajo como archivero hasta una cuidada relación de todas las publicaciones que realizó en vida. En mi opinión, tres aspectos principales destacan sobre los demás en este meritorio estudio preliminar. En primer lugar, nos encontramos con su cuidada presentación de los logros historiográficos del propio Gachard. Además de presentarnos una breve biografía del autor, el profesor Janssens se encarga de hacer hincapié en los logros tanto historiográficos como archivísticos de Gachard, remarcando su constante deseo por identificar, describir y presentar fuentes de archivo y obtener la mayor información posible para mejorar sus numerosas investigaciones. Llama especialmente la atención sobre su vinculación con Simancas, siendo el primer investigador extranjero en acceder a sus ricos fondos y responsable de la publicación de la primera sinopsis impresa de los archivos depositados en el castillo en su obra “Notice historique et descriptives des Archives Royales de Simancas”, dentro del primer volumen de su “Correspondance de Philippe II sur les affaires des Pays-Bas”. Hace énfasis en el hecho de que Gachard abrió el Archivo de Simancas para la posteridad, especialmente en relación a los investigadores extranjeros, al mismo tiempo que también resalta la relación que mantuvo con diversos investigadores españoles, a los que conoció gracias a sus viajes a la Península, así como con otros especialistas interesados en sus periodos de investigación predilectos. En segundo lugar, destaca la presentación que hace el profesor Janssens de visiones, tradiciones historiográficas y bibliografía extranjeras de una forma enormemente actualizada, siendo éstas mucho más difíciles de conocer para los lectores españoles que aquellas aproximaciones y obras sobre su reinado publicadas o traducidas al castellano. Especialmente la bibliografía final que presenta, con las obras que cita en su exposición, de treinta y un páginas, es enormemente valiosa para cualquier investigador que quiera aproximarse a la figura de Carlos V desde un punto de vista internacional y que desee o bien complementar los estudios que ya haya hecho a este respecto o desee acceder a una primera aproximación de calidad. Destaca en este sentido el hecho de que también añade proyectos en curso en el momento de su publicación, como el de la universidad de Constanza titulado “Politische Korrespondenz Kaiser Karls V” y recursos accesibles por Internet, un ámbito que generalmente no se incluye en las bibliografías tradicionales y que resulta inmensamente útil. Por último, en tercer lugar, destaca su esfuerzo por incluir la obra de Gachard en el contexto histórico concreto en el que se produjo y que le condicionó, hablando tanto de su comentado trabajo en archivos como de su vinculación a un momento muy concreto de la historia belga, lo que explica varios aspectos de la obra que nos ocupa, como el deseo que presenta en su obra por remarcar diversos acontecimientos íntimamente relacionados con Bélgica y la suerte de “historia nacional” que buscaba realizar Gachard.
Pasando a la edición de la obra propiamente dicha, la obra de Gachard es, como no puede ser de otra manera, una hija de su época y de la visión de su autor. Como hemos indicado anteriormente, en su publicación original, el texto era una voz para la figura de Carlos V dentro del ya mencionado diccionario biográfico, por lo que era un texto seguido sin las diferenciaciones que esta edición ha introducido para facilitar su lectura. Si bien, como dice adecuadamente el profesor Janssens en su estudio preliminar, se puede considerar un ensayo propiamente dicho por su profundidad, su extensión y la inclusión de numerosos comentarios y notas al pie (las notas contenidas en esta edición, junto con las que el editor ha considerado conveniente incluir, ascienden a 1.042), la presentación de su texto como una serie de acontecimientos correlativos es muy deudora tanto de la época en la que se escribió como del formato en que se publicó. Presenta cronológicamente hechos concretos, haciendo especial énfasis en aspectos tales como las guerras que le enfrentaron a Francisco I, las luchas contra los protestantes o sus desencuentros con su hermano Fernando I, especialmente respecto a la herencia del Imperio. Aquellos aspectos íntimamente relacionados con la zona de Bélgica y los Países Bajos, como la revuelta de Gante o sus primeros años en Malinas, reciben también una gran atención del autor, que resalta aún más en comparación con muchos otros aspectos considerados importantes de su reinado, que apenas considera dignos de mención o sobre los que pasa muy por encima. Aspectos como América, las relaciones con Portugal o la regencia de su esposa, a la que apenas menciona, no tienen cabida en su exposición, aunque en su defensa tampoco puede ni desea examinar con profundidad todos los aspectos de su reinado. Su objetivo principal fue el de presentar una visión general y continuada del gobierno de Carlos V y sus principales acontecimientos, misión en la que obtiene un destacado éxito teniendo en cuenta el periodo en el que se encuadra su publicación. El autor, con un enfoque positivista que sigue fielmente los datos obtenidos en su concienzudo trabajo de archivo, nos presentó así una síntesis del reinado de Carlos V enormemente avanzada para la época y cuyo adecuado conocimiento e incorporación sigue siendo vital para los estudios actuales sobre este reinado, pese a lo mucho que se ha avanzado desde su publicación.
En segundo lugar, nos encontramos con la edición de la obra “La banca en España hasta 1782”, de Felipe Ruiz Martín, cuyo estudio preliminar corrió a cargo de la profesora Carmen Sanz Ayán, varias veces mencionada en la presente reseña. Publicado en 1970, dentro del volumen titulado “El banco de España. Una historia económica”, el tomo en el que estaba incluido tuvo en un principio muy mala distribución, como ya hemos comentado, y que tanto su calidad como su lectura por otras vías fue lo que le salvó de quedar sumido en el olvido, por lo que su presente reedición es más que bienvenida. A diferencia de lo que ocurre con otros autores, la obra y la figura de Felipe Ruiz Martín ha sido muy analizada en los últimos años por diversos especialistas en historia económica, sobre todo en los homenajes que se le hicieron con motivo de su fallecimiento en el año 2004. Sin duda, el más importante es el volumen editado en su homenaje por la Universidad de Valladolid titulado “Las finanzas de Castilla y la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVII). Homenaje a Felipe Ruiz Martín”, coordinado por Pedro Tedde de Lorca y que vio la luz en el año 2008. En este volumen, que incluye diversos capítulos en su memoria, al mismo tiempo que edita tres de sus escritos, se incluyen dos estudios de gran importancia en este sentido. Éstos son el de Francisco Comín, titulado “Las finanzas de la Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII: la valiosa aportación de don Felipe Ruiz Martín”, de Francisco Comín, y “Don Felipe Ruiz Martín y la historia de la banca”, de Pedro Tedde de Lorca, donde se analiza profusamente la importancia de sus escritos, incluyendo el que nos ocupa. No son los únicos a los que podríamos hacer referencia y el estudio preliminar de la profesora Sanz Ayán se une ahora a esta lista. Dicho estudio introductorio se presenta más como una guía de lectura del texto posterior que como un ensayo en sí mismo, algo que la propia profesora indica al principio de su disertación. Dicha concepción ciertamente hace que el estudio preliminar sea más accesible, conciso y directo que otros que podemos apreciar en esta colección, como hemos visto en el caso del “Carlos V” de Gachard. Eso no le resta méritos, sino que se los aumenta si tenemos en cuenta que da una mayor accesibilidad al texto que viene detrás, sobre todo para aquellos que no estén demasiado familiarizados con la historia económica y buscan una introducción más adaptada. Dentro de dicho estudio introductorio, creo que destacan especialmente dos secciones. La primera de ellas corresponde a su segunda parte, titulada “El texto en su contexto”, donde la autora hace un análisis certero y directo sobre la evolución de la historia económica a partir de las primeras décadas del siglo XX, desde la visión de Wesley C. Mitchell hasta la propia aportación de Ruiz Martín. Y también destaca la sección inmediatamente siguiente, que tiene por título “Una historia política de ‘larga duración’ con las finanzas como hilo conductor”, donde explica las razones de la periodización que el autor utiliza, así como sus diferentes fases, sin dejar de mencionar la controversia vinculada a la cronología y peso que da a la crisis del siglo XVII, que, según se indica, el mismo Felipe Ruiz Martín se encargó de matizar en publicaciones posteriores, que se pueden ver en la bibliografía del autor que también se adjunta al final del estudio introductorio. Por otro lado, respecto a la edición que se nos presenta, en la nota a la mencionada edición que se presenta se nos indica que apenas se han producido cambios y sólo se ha añadido alguna información adicional bien indicada frente al original de 1970. Para finalizar, el estudio presentado de Felipe Ruiz Martín ha sido alabado desde su publicación por muy buenas razones que, en muchos ámbitos, todavía están vigentes. A través de su conocida aproximación al estudio de la historia económica fiel a la escuela de Annales, en la que vinculaba el análisis de los hechos y datos económicos con la realidad social de su época y los individuos que intervenían en ella, el estudio publicado por Felipe Ruiz Martín continúa sin ser superado en muchos aspectos y es de lectura obligada no solo para aquellos que deseen saber más sobre la historia económica, sino también para estudiantes, aficionados y expertos que deseen empezar a tener una buena base en el ámbito de la Historia Moderna de España.
Para concluir, la posibilidad de contar con un acceso directo y asequible a obras principales de la historiografía española que, en ocasiones, han caído en el olvido o son muy difíciles de adquirir supone una oportunidad estupenda tanto para historiadores como para estudiantes. Nos pone al alcance de la mano obras de vital importancia que, o bien están aún vigentes en muchos puntos de sus argumentaciones o que, habiendo sido superadas parcialmente o en su totalidad, nos ayudan a comprender de dónde vienen muchas de las aproximaciones actuales y cómo, gracias en buena medida a su trabajo, podemos seguir avanzando en el conocimiento de la Historia, subidos, como decíamos en un principio, a hombros de gigantes.

Un clásico imprescindible

La prehistoria es una disciplina distinta de la historia, cuyo objeto de estudio es el transcurrir de la humanidad primitiva, desde sus orígenes hasta la aparición de la escritura. Los pocos estudiosos dedicados a ella encaran muchos problemas de orden material para obtener evidencias empíricas de un pasado que ronda entre los 15 y los 25 mil años. Como los geólogos o los evolucionistas, que recurren a vestigios de restos fósiles cuya antigüedad se mide en miles o decenas de millones de años, los estudiosos de la prehistoria también se apoyan en los restos arqueológicos para conocer el momento en que la naturaleza se humaniza y las capacidades humanas evolucionan para interactuar con la nueva realidad histórica.

La ruta epistemológica de esta disciplina, cuya preocupación esencial son los orígenes de la humanidad, no supera los doscientos años. Esto revela la enorme distancia temporal que separa al objeto de estudio (cercano a los 25 mil años) de su reciente observación científica. Así como los geofísicos consideran que hoy en día la humanidad apenas tiene conocimiento de un 3% del universo cósmico del cual forma parte, seguramente los expertos en prehistoria tendrán una opinión parecida sobre el escaso conocimiento que tenemos de nuestra historia remota, que hunde sus raíces en el tiempo geológico.

SaberesLos estudios sobre la prehistoria de la humanidad no sólo son jóvenes; también afrontan problemas de interpretación, principalmente debido a las limitadas evidencias documentales que existen de ese pasado remoto. En contra de la preservación de estos documentos han jugado variados fenómenos geológicos (volcánicos, por ejemplo) y de sedimentación, que han encapsulado, fragmentado o destruido las evidencias de vida humana en su expresión primigenia. En el siglo pasado, con el desarrollo de otras disciplinas científicas, como la geología, la biología o la arqueología, que en sus pesquisas arrojaron variados hallazgos que aludían directa o indirectamente a un origen primitivo de la humanidad, los estudios sobre la prehistoria afloraron con mayor fuerza, se formularon nuevas teorías y otras fueron duramente cuestionadas.

      El hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad, escrito por el alemán Hugo Obermaier en 1931, se ubica justamente en ese contexto. Aunque dicho texto fue escrito hace más de ocho décadas, su sobrada documentación y rigor conceptual han permitido que continúe vigente en los inicios del tercer milenio, como un clásico insoslayable para hacer avanzar el conocimiento. El libro se ha reeditado en diversas ocasiones y en idiomas distintos gracias a sus fortalezas científicas y a la certeza de que “la historia de la humanidad primitiva tiene aún raíces incrustadas en la historia de la Tierra”.

Su última reedición en castellano se debe al interés de Urgoiti Editores, y al excelso trabajo de valoración de dos destacados científicos españoles: Carlos Cañete y Francisco Pelayo, cuyas líneas de interés se centran en las teorías sobre el origen de la humanidad, la historia de la paleontología humana, la recepción y difusión del darwinismo y del evolucionismo, y la historia de las representaciones antropológicas en España y África. En su extensa y bien documentada introducción al libro de Obermaier, titulada “Entre culturas y guerras: Hugo Obermaier y la consolidación de la prehistoria en España”, ambos autores reconocen el alto valor científico y de divulgación de dicho texto para los años de su aparición, y lo consideran un clásico de la literatura científica en los días que corren.

Hugo Obermaier (1877-1946) nació en Alemania, pero estudió en Viena y París antes de llegar a España en 1908, interesado en los yacimientos de la Cueva del Castillo, en Santander; después expande ese interés a las cuevas de Cantabria y Asturias. Esa decisión lo convertiría, con el paso de los años, en uno de los científicos con mayor acreditación en los estudios sobre la prehistoria de la humanidad, con fuertes componentes epistemológicos, documentados en su trabajo de campo en la península ibérica. Impedido para retornar a Francia y a su tierra natal por el inicio de la Primera Guerra Mundial, permanece en España y se integra a la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas; más tarde se hace cargo de la cátedra de Historia Primitiva del Hombre en la Universidad Central de Madrid. En ese tiempo publica una serie de escritos, entre los que destacan: El hombre fósil (1916) y El hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad (1932, primera versión en español).

Dicho estudio introductorio integra varias escalas de análisis sobre el contenido del libro de Obermaier: los andamios de validación de teorías, interpretaciones y evidencias fósiles (como la polémica sobre los eolitos), sus aportaciones a la disciplina de la prehistoria a través de caracterizar las singularidad de determinadas eras o periodos en regiones particulares de Europa, desde el Paleolítico, pasando por el Neolítico y hasta la llamada Edad de Bronce, y su recepción e impacto en la sociedad, desde el punto de vista político y cultural, que exacerbó el debate entre ciencia y religión.

Aquí vale anotar que el estudio introductorio no sólo es una guía imprescindible para navegar en aspectos técnicos o especializados de la prehistoria; de mayor calado es la escenificación de los encuentros y desencuentros con otras disciplinas en términos heurísticos o hermenéuticos. También destaca la puesta en perspectiva y la revaloración del desarrollo científico alcanzado por la prehistoria de la humanidad en Europa y España en la primera mitad del siglo XX y, finalmente, la incorporación de un rico y basto análisis historiográfico que recoge los principales debates de interpretación que se suscitaron tanto en la primera mitad del siglo XX, así como aquellos otros, los más abundantes e incisivos, que se desarrollaron después de la Segunda Guerra Mundial y hasta nuestros días. Aprovechando la vasta información recuperada desde entonces, y el uso de las nuevas herramientas conceptuales y técnicas disponibles, convirtieron a la propia disciplina y su desarrollo en un objeto de estudio por sí mismo.

No cabe duda, Hugo Obermaier y su obra El hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad, que ahora se reedita, representan un parteaguas en el estudio del pasado más remoto del hombre primitivo. Es un clásico imprescindible para acompañar el lento y largo recorrido de nuestros antepasados hasta lograr escribir su propia historia. A su vez, el estudio introductorio, surgido de la mano de Carlos Cañete y Francisco Pelayo, refrenda nuevamente la capacidad que adquirió la humanidad desde entonces para pensarse a sí misma, recuperar los más disímbolos artefactos (materiales o puramente simbólicos) de su propio devenir colectivo y social, así como los posibles caminos y atajos de vida e interpretación que nos trajeron hasta aquí y ahora.

Publicada en Saberes. Revista de historia de las ciencias y las humanidades, núm. 1, 2017

Manuel Danvila i la utopia agermanada

En els darrers meses, l’editorial Urgolti Editores, de Pamplona, ha tret a la llum un volum ben interessant, des del punt de vista históric i social. Es tracta de la reedició de La germanía de Valencia, que en 1884 publicà l’historiador, jurista i polític valencià Manuel Danvila i Collado (1830-1906) ‒en 1892 arribà a ocupar, tot i que només durant dotze dies, el Ministeri de Governació d’un gabinet presidit per Cánovas del Castillo‒, i que ara ha sigut encapçalada amb un extens i sòlid estudi introductori ‒titulat «Manuel Danvila, un historiador académico entre la crítica y la política conservadora»‒ que és obra de l’historiador Pau Viciano.

1496052396231402D’aquesta manera, el volum posa en el punt de mira un erudit vuitcentista que, sense perdre completament el contacte amb la seua terra nadiua, es mirava la història valenciana des de Madrid, en tots els sentits. Així, és evident que Danvila afrontà l’estudi de la revolta popular valenciana del Cinc-cents amb una manifesta intenció desmitificadora: «Partía de la voluntad de impugnar las interpretaciones que veían en los agermanados unos luchadores por la libertad», en paraules de Viciano; i per això «reaccionaba contra la visión acrítica de los autores republicanos y demócratas que narraban un episodio de inicios del siglo XVI como un precedente directo de las luchas contemporáneas».

Encara que la guerra de les Comunidades de Castilla eclipsà l’interés pel moviment agermanat entre els historiadors romántics, també els catalans, els escriptors valencians de la Renaixença sentiren una certa atracció per les Germanies, com demostra el fet que se n’ocuparen literàriament. I fou així que tots ells, fins i tot els més moderats, dispensaren una «cortés pero fría» acollida a l’obra de Danvila. De fet, Viciano assegura que La germanía de Valencia «se vio como un ataque a la historia y la identidad valencianas»; que autors com ara Fèlix Pizcueta, Constantí Llombart, Vicent W. Querol i Teodor Llorente expressaren «una evidente incomodidad» amb les tesis del canovista; i que fins i tot els més combatius varen interpretar el seu llibre «como una lamentable «afrenta» contra la «patria chica»» (no hem de perdre de vista que, a finals de 1884, Pizcueta, aleshores president de Lo Rat Penat, reivindicava els agermanats com a demòcrates lluitadors per la llibertat popular). Siga com siga, el ben cert és que Danvila, que pretenia fer carrera a Madrid, devia contemplar el moviment literari i lingüístic que impulsaven els seus conterranis com una autèntica pérdua de temps, quan no com un destorb. No debades intentà demostrar, a través de La germanía de Valencia, que les utopies condueixen a la catástrofe. I que «el orden y el verdadero progreso», tal com conclou Viciano, «solo podían mantenerse si la sociedad compaginaba las libertades políticas con una moralidad de inspiración cristiana. Era lo que había intentado el régimen de la Restauración, y en este proyecto conservador los historiadores como Danvila, tanto o más que guardianes del pasado, se consideraban guardianes del futuro».

Finalment, cal assenyalar que l’obra, ben acuradament editada, incorpora una completa bibliografia de Manuel Danvila i dos índexs ‒onomástic i toponímic‒ que resulten d’una gran utlitat. L’enhorabona, doncs, tant a Urgoiti Editores com a Pau Viciano per aquest excellent volum que ens ajuda a entendre i albirar, d’una manera certament crua i profunda, en quins termes es desenvolupà el Vuit-cents espanyol en general, i valencià en particular.

Rafael Roca

Universitat de València

Nación e historia

«Tal vez no encontremos en el mundo una nación que haya tenido menos oportunidad de decidir su propio destino que la española. En rigor, la Historia de España no la han hecho los españoles más que en mínima parte: la han hecho a menudo sucesos y accidentes en cuyo desencadenamiento no ha tenido mano el español y cuya trayectoria  tampoco ha podido gobernar. Toda nación debe su personalidad a diversos elementos: físicos  -el medio-, étnicos, históricos, etc. Pero la proporción en que cada uno de estos agentes participa en el proceso formativo de las sociedades humanas varía sobremanera. A unos pueblos les ha sido dable manifestarse en la Historia con absoluta fidelidad a su carácter, porque ningún accidente grave ha venido a perturbar el espontáneo desenvolvimiento de su existencia. Hay naciones, por el contrario, moldeadas en grado superlativo por la acción de la Historia. España es una de ellas. La Historia –relaciones internacionales, instituciones políticas, formas de cultura- puede ejercer sobre la suerte de una nación influjo tan hondo como el milieu y la psicología o idiosincrasia nacional.

El destino de la Península Hispánica parece estribar en servir de palestra a cuantas banderías, pueblos y civilizaciones tienen que dirimir una querella. En España se ha decidido sucesivamente -al menos en parte considerable- el destino de Roma, el futuro de la Cristiandad, la estructura política de Europa.

En España iniciFotorCreated2an cartagineses y romanos la segunda guerra púnica y se baten luego las facciones de las guerras civiles italianas. Sobre España descarga el Islam toda la energía de su expansión en Occidente. Concluida virtualmente la reconquista del territorio por los cristianos (siglo XIII), cuando España comienza a eliminar cuerpos extraños, Francia e Inglaterra extienden a la Península (siglo XIV) su guerra secular. En el siglo XVIII (Guerra de Sucesión) se dilucida en suelo español la hegemonía europea de las dos grandes casas reinantes en el continente. A principios del siglo
XIX (Guerra Peninsular o de la Independencia) se vuelve a decidir en España, con el quebranto del poder napoleónico, el porvenir de España. En 1823, la Santa Alianza, vigía del absolutismo, sofoca en España la libertad con el envío de un ejército francés de ocupación. Por último, aún está viva la situación en que varias potencias contrarían una vez más, el libre juego de las fuerzas políticas españolas imponiendo a esta nación un linaje determinado de gobierno repudiada por ella.

Si bien se considera, sólo durante los siglos XVI y XVII deja de padecer España decisivas injerencias exteriores. Pero aunque ningún siniestro histórico no provocado por los españoles desvía en esos siglos el curso de la política peninsular, ésta viene determinada, quizás irrevocablemente, por un pasado que el español no pudo elegir».

Ramos Oliveira, A.- Bernecker, W., Un drama histórico incomparable. España 1808-1939, Urgoiti Editores, Pamplona/Iruña, pp. 5-6.

Un drama histórico incomparable. España 1808-1939: Una historia contemporánea de España

He aquí un libro que fue algo más que “famoso”: fue influyente. Uno a uno, todos los jóvenes de peso intelectual de la generación que construiría la llamada “Transición”, lo recuerdan como un hito en su apertura hacia nuevos horizontes.

Como ha ocurrido en otros casos, lo importante fue el libro, no el autor. El extenso estudio acerca de Ramos Oliveira que abre nuestra edición, es la primera aportación seria sobre una figura que nos era, hasta el momento, prácticamente desconocida. Gracias a este análisis, hoy conocemos los perfiles ‒y más que los perfiles‒ del autor. Pero lo que fue importante e influyente, como señalamos, para toda una generación no fue el autor, sino su obra: este volumen sobre la historia contemporánea de España.

El libro se construye con la mentalidad que era común a los intelectuales del exilio. En el “interior” se centraba el esfuerzo en recuperar los valores y prestigios que habían hecho de España una potencia mundial en los siglos XVI y XVII; en ello consistía ‒se pensaba‒ la aportación que los españoles podíamos ofrecer a la humanidad. En el exilio, el esfuerzo se centraba en hacer de España una nación moderna y próspera, homogénea en preocupaciones y valores con el mundo que la rodeaba. En el “interior”, la historia se escribía “hacia atrás”; en el exilio, se escribía “hacia adelante”: se preguntaban los motivos que habían hecho de España una sociedad arcaica y desequilibrada y se arbitraban los caminos para resolverlo.

Jornaleros con porrón 5 eu2Es manifiesto que Ramos Oliveira debe mucho a dos libros previos al suyo y aparecidos ambos en Londres (lugar donde residió muchos años a partir de 1935): el de Salvador de Madariaga (1929) y el de Gerald Brenan (1943). Pero Ramos Oliveira va a responder a las preguntas y a proponer las soluciones con una fuerza expresiva realmente sobresaliente. No sobresaliente en el sentido de presentar un texto “bien escrito”, sino en el de venir dotado de una arrolladora capacidad de convicción: en España, tal y como estaban las cosas, sólo cabía un remedio; como no se quiso poner, aquello acabó en “un drama histórico incomparable”.

Pero el drama tenía solución; la España rota por la guerra civil tenía arreglo. Ramos Oliveira era socialista, pero entendía el socialismo como una fuerza regeneradora dentro del gran caudal del regeneracionismo español. Así escribe: «Francisco Giner de los Ríos, Pablo Iglesias y Joaquín Costa, cada uno con su significación propia, eran los forjadores de la nueva España». Y ¿cuál era la “significación propia” de Pablo Iglesias dentro de este conjunto de fuerzas? Colaborar con todas ellas en tanto mostraran sinceridad y ganas de “forjar la nueva España”. Pero, si quedara demostrada su apatía, el socialismo estaba en condiciones de aportar la “alternativa revolucionaria”. Dicha alternativa fracasó en 1934 y 1936 por la miopía de la burguesía democrática; era de esperar que lo ocurrido hubiera servido para abrirle los ojos.

Un estudio necesario

Reseña de Adam y la prehistoria, publicada en Pyrenae, 47.2/2016, por Francisco Gracia Alonso.

La reedición por Urgoiti Editores, dentro de la colección «Historiadores», de la obra de Manuel Gómez-Moreno, Adam y la prehistoria, editada por Tecnos en 1958, sirve a Juan Pedro Bellón, investigador del Instituto Andaluz de Arqueología Ibérica, para trazar en su estudio preliminar, Manuel Gómez Moreno: 100 años de arqueología española, una interesante visión de uno de los personajes clave de la investigación y sistematización del arte y la arqueología medievales en España durante el último cuarto del siglo xix y la primera mitad del siglo XX.

Sobre la vida y obra de Manuel Gómez-Moreno Martínez (1860-1960) conocíamos hasta el presente la amable biografía en fondo y forma que le dedicó en 1995 su hija María Elena Gómez-Moreno Rodríguez, así como una parte de su correspondencia con los principales impulsores de la Institución Libre de Enseñanza y la Junta de Ampliación de Estudios, como Francisco Giner de los Ríos y José Castillejo Duarte, a través del recopilatorio publicado en tres volúmenes entre 1997 y 1999 por el hijo del segundo, David Castillejo Claremont. Aunque se trata, especialmente en el segundo caso, de un interesante acervo documental en el que pueden reseguirse elementos clave para la institucionalización de las ciencias histórica y arqueológica en la Península como son la creación de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (1907); la Residencia de Estudiantes con la indisoluble aportación de Alberto Jiménez Fraud a su organización y consolidación como un centro de referencia hasta el final de la Guerra Civil; la Ley de Excavaciones de 1911 y su reglamento posterior; la organización de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades; la creación, desarrollo y fracaso de la Escuela de Roma; la constitución de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas y su vinculación a la JAE y al Museo de Ciencias Naturales y, especialmente, la creación del Centro de Estudios Históricos y su sección de arqueología, que dirigirá Gómez-Moreno, además de los primeros trabajos de catalogación del románico de la meseta y norte de España, lo cierto es que constituía una visión muy reducida de las múltiples facetas del personaje, debido al conocimiento, por parte de los investigadores especializados en historiografía de la arqueología, de la existencia de un amplísimo fondo documental conservado en el Instituto Gómez-Moreno de la Fundación Rodríguez-Acosta de Granda, dependiente del Patronato de la Alhambra y el Generalife, al que no se tenía acceso libre.

Juan Pedro Bellón ha trabajado en ese fondo documental contribuyendo a su catalogación, por lo que está en condiciones de ofrecer un nuevo análisis del personaje biografiado, habiendo complementado y completado los datos con los conservados en el Archivo General de la Administración (AGA-Alcalá de Henares), el Centro de Documentación de la Residencia de Estudiantes (CDRE-Mescrituraibericaadrid), el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (ARABASF-Madrid), el Archivo de la Real Academia Española (RAE-Madrid) y el Archivo Histórico Nacional, en el que se conservan los expedientes de la Universidad Central (AHN-Madrid).

Es evidente que los cien años de trayectoria vital de Manuel Gómez-Moreno lo convierten en un personaje puente entre la arqueología de eruditos y aficionados de la segunda mitad del siglo XIX y el inicio de la arqueología científica durante los primeros decenios del siglo XX, con la consolidación posterior de la proyección internacional de la arqueología española durante la década anterior a la Guerra Civil, pero también con el retraimiento posterior de la investigación hacia el interior de las fronteras durante el franquismo, punteado tan solo por un número muy restringido de relaciones internacionales controladas esencialmente por Lluís Pericot, Martín Almagro Basch y Antonio García y Bellido, contando en el horizonte a partir de 1948 con la figura omnipresente de un naturalizado mexicano Pere Bosch Gimpera, referente tanto en los congresos internacionales de ciencias prehistóricas y protohistóricas como en los de etnografía y etnología, o en los de americanistas. El estudio de Juan Pedro Bellón se divide en cuatro partes dedicadas específicamente a las diferentes etapas de la vida profesional de Gómez-Moreno: Formación (1870-1899), Exploraciones (1900-1909), Acción colectiva y proceso de institucionalización de un institucionista (1909-1939) y Retracción individual o de la torre de marfil (1940-1970), a las que suma una interesante revisión de la problemática de la utilización nacionalista de la arqueología ibérica durante los siglos xix y xx, terreno en el que sigue el camino trazado por una obra anterior, publicada por Bellón junto a Arturo Ruiz y Alberto Sánchez en 2006 como resultado de los trabajos comprendidos en el proyecto AREA: Los archivos de la arqueología ibérica: Una arqueología para dos Españas. Un sexto capítulo, Manuel Gómez-Moreno Martínez, descifrado, cierra el estudio a modo de conclusión, precediendo a una amplia y rigurosa selección bibliográfica.

El estudio de Bellón, así como su presentación, son rigurosos, empleando como excelente apoyo del discurso narrativo un amplio aparato crítico que sirve al autor para añadir opiniones contrapuestas a sus puntos de vista, precisar datos y sumar aportaciones textuales cuando la fuente documental constituye un complemento necesario de la argumentación. Consideramos que las principales aportaciones corresponden al período comprendido entre 1900 y 1939, etapa en la que Gómez-Moreno, tras sus primeros trabajos en Granada y la realización de los catálogos monumentales de Ávila (1900-1901), Salamanca (1901-1902), Zamora (1903-1905) y León (1906-1909), aprovecha sus contactos y las influencias de su padre, y acepta el apoyo de Castillejo y de la Junta de Ampliación de Estudios para trasladarse a Madrid y dirigir los primeros trabajos del Centro de Estudios Históricos. Es la etapa del institucionalismo en la que Gómez-Moreno conseguirá consolidarse personal y profesionalmente en la capital, especialmente tras la obtención de la cátedra de Arqueología Árabe en 1915, tras un proceso que intentó que fuese transparente como contraposición al corrupto sistema de oposiciones que controlaba el acceso a las cátedras universitarias en aplicación de la Ley Moyano de organización de la universidad española de 1857, y especialmente del reglamento de oposiciones impulsado por el conde de Romanones en 1901. El mismo año entrará en la Real Academia de la Historia; en 1917 fue nombrado vocal de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades donde podrá ayudar a aplicar la Ley de Excavaciones de 1911 en cuya redacción había influido decisivamente al igual que lo hará durante la preparación y aprobación de la Ley de Patrimonio de 1933; en 1923 será nombrado consejero de Instrucción Pública, dos años después asumirá el cargo de director del Instituto Valencia de Don Juan, y en 1930 llegará a la Dirección General de Bellas Artes por designación de su viejo conocido Elías Tormo.

Como hemos indicado, la etapa del CEH es la más interesante por cuanto se trata de la consolidación de un modelo centralizado de la investigación histórica y arqueológica —en cierta medida por oposición a la tarea homónima desarrollada paralelamente por la Sección Histórico-Arqueológica del Institut d’Estudis Catalans—, en un intento de regenerar y definir una nueva identidad nacional basada en la romanización y en la Edad Media para superar la crisis ideológica e identitaria derivada de la derrota en la guerra de 1898 contra los Estados Unidos, pero también como respuesta intelectual a los problemas sociales que atenazaban la sociedad española durante los alternantes gobiernos de la Restauración y a la pujanza de los nacionalismos periféricos que reclamaban cada vez con mayor apoyo popular cotas de autogobierno y reconocimiento nacional, especialmente en el terreno lingüístico, un aspecto de decisiva importancia para analizar el problema de la fundación de la Escuela de Roma y la dual participación española en la Muestra de Arqueología en las Termas de Diocleciano en 1911, dado que en ambos casos puede analizarse la lucha entre las dos concepciones del nacionalismo predominantes en la época: unitarista y separatista.

Los problemas derivados de la jubilación de Juan Catalina García como catedrático de Arqueología y Numismática y la decisión del ministerio de desdoblar la misma en dos creando en la Universidad Central las cátedras de Arqueología y Epigrafía y Numismática que acabarían obteniendo José Ramón Mélida y Antonio Vives, respectivamente, sirven a Bellón para analizar los movimientos que se sucedieron para dotar una tercera cátedra en beneficio de Gómez-Moreno, y cómo este, en poco tiempo, y tras forzar que el nombramiento se realizara por oposición —controlada— antes que por designación directa, no tuvo ningún tipo de reparo no solo para organizar una escuela colocando en puestos académicos un alto número de discípulos, sino desarrollando una serie de estrategias que le permitieron controlar durante un tiempo las oposiciones, de igual forma que lo había hecho años antes el decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, Antonio Sánchez Moguel. Otros aspectos interesantes están bien apuntados en sus líneas generales, pero merecerían una mayor profundización para fijar de manera definitiva el discurso expositivo. Citamos entre ellos su relación con la Real Academia de la Historia, organismo que atacó duramente al entrar en conflicto sus actividades no solo con el Centro de Estudios Históricos, sino especialmente con la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, que asumió las competencias y la influencia en el terreno de la arqueología de campo que anteriormente ostentaba la Academia, pero a la que Gómez-Moreno accedió pocos años después de su desembarco en Madrid, gracias a la protección de Fidel Fita, por lo que sería interesante el análisis del trabajo que desarrolló en dicha institución, como también lo sería el de su actuación al frente de la Dirección General de Bellas Artes durante el período clave del final de la monarquía, cuando se intentó desarrollar una legislación que pusiese fin al expolio y exportación del patrimonio artístico español, una función que, ya sin cargo oficial, debería ser también reseguida para el período 1931-1936, debido al ascendiente que Gómez-Moreno seguirá teniendo sobre los distintos gobiernos, a causa tanto de su propio prestigio como de las vinculaciones personales con los miembros de la Institución Libre de Enseñanza y la Junta de Ampliación de Estudios, como, por ejemplo, el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes entre diciembre de 1931 y junio de 1933, Fernando de los Ríos Urrutia. Bellón apunta también algunos detalles complementarios de temas ya estudiados, como la participación de Gómez-Moreno en el crucero universitario por el Mediterráneo de 1933, o la etapa final en el Centro de Estudios Históricos antes de la Guerra Civil, pero apenas entra a valorar el papel que desempeñó durante la contienda como miembro de la Junta de Protección del Tesoro Artístico en Madrid, y el salvamento organizado de las colecciones públicas y privadas, con especial atención al arte religioso, de la capital y provincias limítrofes.

Como hemos indicado, Juan Pedro Bellón dedica el quinto apartado de su extensa introducción a analizar el proceso de utilización de los íberos como un referente para los nacionalismos españoles tras destacar la importancia de la obra clave, como epigrafista, de Gómez-Moreno; los estudios sobre epigrafía ibérica que publicó durante la década de 1920 y, en especial, su síntesis La novela de España (1928), cuyas tesis le granjearon diversos enfrentamientos con otros investigadores, caso de Bosch Gimpera, a raíz de la publicación de la principal obra del prehistoriador catalán, Etnología de la Península Ibérica (1932). El texto repasa acertadamente las síntesis anteriores y reflexiona, partiendo de las síntesis de Borja de Riquer y Pérez Galdón, sobre el fenómeno de la definición identitaria sobre bases histórico-arqueológicas que se desarrolla en España desde mediados del siglo xix, un reflejo de los movimientos configurativos de los estados-nación surgidos tras el Congreso de Viena de 1815 que dieron paso a la necesidad de crear o reafirmar una identidad nacional susceptible de ser empleada como elemento de cohesión social para el nuevo concepto de ciudadanos, surgido de la extensión y adaptación de las ideas de la Revolución Francesa. Se repasan las concepciones epistemológicas de la arqueología del siglo xix definidas por Alain Schnapp como de tradición filológica y de tradición naturalista, y cómo dicha necesidad fue desarrollándose en paralelo a la institucionalización de la arqueología como ciencia en España, en un claro modelo de retroalimentación o de acción-reacción. Se ha mencionado ya la dualidad entre los nacionalismos español y catalán, que deberían ampliarse al menos metodológicamente y como fuerza motriz en el desarrollo de instituciones culturales y centros de investigación a otras zonas del Estado, como Andalucía, Galicia, el País Vasco y Valencia, aunque será en Cataluña donde los movimientos culturales de la Renaixença y posteriormente del Noucentisme, emplearán a los íberos y el problema de la lengua como referentes originarios de la nación catalana, especialmente tras la publicación en 1905 de la biblia del autonomismo catalán, la obra de Enric Prat de la Riba La nacionalitat catalana. Bellón analiza también las corrientes teóricas del unitarismo ibérico, iniciadas durante el siglo XIX y que llegarán a su máximo exponente tras la Guerra Civil, cuando Julio Martínez Santa- Olalla sitúe en la cultura del Vaso Campaniforme el primer imperio europeo de España, así como también las tesis del paniberismo y el panceltismo, las teorías de Bosch Gimpera sobre las estructuras territoriales enraizadas en el territorio y sometidas cíclicamente por la presencia de sistemas o superestructuras políticas que limitan su desarrollo, pero nunca consiguen impedir su persistencia, ideas que constituirán la base de su visión política federal de España durante los primeros años del exilio y, por supuesto, las tesis del hispanismo que surgieron como reacción a la difusión e influencia de las anteriores y estuvieron encabezadas por los investigadores del Centro de Estudios Históricos y de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, como Juan Cabré y, evidentemente, Gómez-Moreno.

Bellón no olvida analizar y valorar las visiones de la prehistoria y la protohistoria peninsular desarrolladas por los hispanistas, especialmente franceses y alemanes, entre finales del siglo XIX y principio del XX, con especial referencia a los trabajos de Pierre Paris y Adolf Schulten, entre otros. Se trata, sin duda, de una excelente aportación en la que tan solo cabe indicar la necesidad de una mayor conexión de las tesis de Gómez-Moreno con el discurso expositivo presentado.

Respecto a la obra que da nombre al presente volumen, Adam y la prehistoria, Bellón ha analizado la documentación conservada en el Instituto Gómez-Moreno de la Fundación Rodríguez-Acosta para reseguir el proceso de concepción y gestación de un libro que puede considerarse no solo el testamento científico de su autor —publicado en 1958, menos de dos años antes de su fallecimiento—, sino también el de toda una visión de la investigación y síntesis de la prehistoria, puesto que, como muy bien indica Bellón siguiendo a Ricardo Olmos, la última etapa de la vida científica de Gómez-Moreno tras la Guerra Civil aunó el reconocimiento a su dilatada trayectoria —con excepciones como la de Martínez Santa- Olalla— con el abandono por superación de sus teorías, obsoletas desde hacía décadas. Urgoiti presenta una edición respetuosa con el original, manteniendo grafías y puntaciones que potencian el valor historiográfico del contenido. Un texto que demuestra hasta qué punto los historiadores que desarrollaron la principal etapa de su labor durante los primeros años del siglo XX se vieron influidos por el predominio de las tesis difusionistas y migracionistas, como motores explicativos de los cambios socioculturales durante la prehistoria en adaptación de las ideas de Oskar Montelius y Gordon Childe, pero también cómo algunos de ellos fueron incapaces de diferenciar entre ciencia y religión y continuaron tiñendo sus trabajos con ideas bíblicas para explicar el proceso evolutivo, una tesis resumida por Gómez-Moreno en el preámbulo de su libro: «ahora bien, al discernimiento humano cuadra sondear todo esto, criticar su autoridad documental allegando la experiencia propia; es decir, adaptando la Antropología y la Prehistoria al relato bíblico, que es la historia de Adam y Eva con toda su descendencia. ¿Se ha planteado ello hasta el día satisfactoriamente? Para el agnosticismo esta conjunción resulta ilusoria, pues ignora y rechaza cuanto no sean datos experimentales, de laboratorio, o inventa teorías ultrarracionalistas. Aun para una vida disipada huelga todo ello; en cambio, para el hombre juicioso debe merecer atención preferente como apoyo de una fe razonada o, al menos, en condiciones de obtenerla».

La obra de Gómez-Moreno, y especialmente el estudio y excelente reflexión sobre su figura e influencia firmado por Juan Pedro Bellón, debe servir para disponer de una mejor aproximación y análisis de una de las figuras clave de la construcción de la arqueología española, hombre puente entre dos siglos.